El ladrillazo

Tomado de Renuevo de Plenitud
Por María Lozano


En la vida lo inesperado nos sorprende y desconcierta, sin embargo cada cosa que ocurre tiene un propósito y significado, nada ocurre por accidente.
Dios normalmente nos susurra en el alma y el corazón, pero hay veces que debe lanzarnos un ladrillo a ver si le prestamos atención. Tu escoges: Escuchar el susurro o el Ladrillazo.
Un joven y exitoso ejecutivo paseaba a toda velocidad y sin ningún tipo de precaución en su auto Jaguar último modelo. De repente sintió un estruendoso golpe en la puerta y se detuvo. Al bajarse, vio que un ladrillo le había estropeado la carrocería de la puerta de su lujoso auto.
Se subió nuevamente, pero esta vez lleno de enojo, dio un brusco giro de 180 grados y regresó a toda velocidad al lugar donde vio salir el ladrillo. Salió del auto de un brinco y agarró por los brazos a un chiquillo, y empujándolo hacia el auto estacionado, le gritó a toda voz:
“¿Qué rayos fue eso? ¿Quién eres tú? ¿Qué crees que haces con mi auto?” Y enfurecido, casi botando humo, continuó gritándole al chiquillo: “¡Este es un auto nuevo y ese ladrillo que lanzaste va a costarte muy caro! ¿Por qué hiciste eso?”
“Por favor, señor, por favor… ¡Lo siento mucho! No sabía que hacer”, suplicó el chiquillo, “le lancé el ladrillo porque nadie se detenía…” Las lágrimas bajaban por sus mejillas hasta el suelo mientras señalaba hacia el otro lado del auto estacionado: “¡Es mi hermano!”, le dijo, “se descarriló su silla de ruedas y cayó al suelo… y yo no puedo levantarlo.”
Y sollozando, preguntó al ejecutivo: “¿Puede usted, por favor, ayudarme a sentarlo en su silla? Está golpeado, y pesa mucho para mí solito… soy muy pequeño.”
Impactado por las palabras del chiquillo, el ejecutivo tragó grueso el taco que se le formó en su garganta, fue donde su hermano, lo levantó del suelo y lo sentó nuevamente en su silla. Luego sacó su pañuelo de seda para limpiar el sucio de las heridas del joven.
Después de verificar que ambos se encontraban bien, miró al chiquillo y este le dio las gracias con una sonrisa indescriptible: “Dios lo bendiga, señor… y muuuuuchas gracias”, le dijo. Entonces el hombre vio cómo el chiquillo se alejaba empujando trabajosamente la pesada silla de ruedas de su hermano hasta llegar a su humilde casita.
Cuentan que el ejecutivo aún no ha reparado la puerta de su auto, manteniendo la hendidura que le hizo el ladrillazo para así recordarse de no ir por la vida tan distraído y tan de prisa, que alguien tenga que lanzarle un ladrillo para que preste atención.
Dios normalmente nos susurra en el alma y en el corazón… pero hay veces que tiene que lanzarnos un ladrillo a ver si le prestamos atención.

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