Por María Lozano
luego puso agua en un lebrillo, y comenzó
a lavar los pies de sus discípulos, y a enjugarlos
con la toalla con que estaba ceñido.
Juan 13:5
Colocar nuestros pies en el
lebrillo de Jesús es colocar las partes más sucias de nuestra vida en
sus manos. En el antiguo Oriente, los pies de las personas se embarraban de
lodo y suciedad. Al sirviente en una fiesta le correspondía hacer que los pies
estuviesen limpios. Jesús asume el papel del sirviente. Él lavará la parte más
sucia de tu vida.
Si se lo permites. El agua del sirviente viene solo cuando
confesamos que estamos sucios. Solo cuando confesamos que estamos embarrados de
inmundicia, que hemos andado por caminos prohibidos y que hemos seguido sendas
equivocadas.
Nunca estaremos limpios mientras no reconozcamos que estamos mugrientos. Y nunca podremos
lavar los pies de quienes nos han herido mientras no permitamos a Jesús a quien
hemos herido, que nos lave los nuestros.
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