por María Lozano
Teniendo aún un hijo suyo, amado, lo
envió…diciendo: Tendrán respeto a
mi hijo. Más aquéllos labradores dijeron
entre sí: Este es el heredero; venid, maté-
mósle, y la heredad será nuestra. (Marcos12:6-7)
A nadie se le ocurre plantar un árbol frutal sin esperar que un día u otro dé fruto. Del mismo modo Dios, para su satisfacción, esperaba un fruto del hombre a quien había creado. Sin embargo, desde la primera tentación, el hombre cayó, y a partir de ese momento la humanidad se volvió estéril para Dios. Ella lo probó durante siglos, incluso cuando Dios concertó toda su atención en su nación, Israel; como el agricultor despliega todos sus cuidados en uno de sus campos. Cuando Jesucristo vino a buscar el fruto para Dios, ¡el hombre lo odió, lo rechazó y lo crucificó!
Pero Dios resucitó a su Hijo y le dio toda potestad en el cielo y en la tierra. (Mateo 28:18). Y para que Dios recibiera el fruto esperado, Cristo comenzó una nueva acción que sigue poniendo en práctica, es decir, proclamar, o más bien sembrar la palabra de Dios en todo el mundo.
¿Qué dice Dios mediante su Palabra?
-Que la autoridad divina sobre todos los hombres pertenece al Señor Jesús.
-Que el hombre es pecador, está perdido y no tiene fruto para Dios.
-Que si bien el rechazo y la muerte de Cristo traducen el odio natural del hombre contra Dios, esta muerte también muestra la inmensidad del amor de Dios por el hombre.
-Que gracias a esta muerte Dios da a todos los que lo aceptan su perdón y sus riquezas infinitas.
¡Señor, gracias por tu amor hacia nosotros pecadores!
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