Hijo mío,
no puedo dejar de decirte
cuánto te amo desde el día en que naciste
y hasta el fin de mi vida, que se acerca;
pero tampoco puedo dejar de agradecerte
por estos últimos meses en que ya viejita como estoy,
ya no he sido la madre joven que conociste cuando niño,
sino la triste anciana que acomete su lucha final
y que sólo da trabajos y preocupaciones.
Cuánta paciencia has tenido, hijo mío,
y cuánta comprensión me has demostrado:
he regado la comida sobre mi ropa
y las medicinas sobre la cama;
ya no he podido ponerme los zapatos
ni he atinado a vestirme;
y tú, no te has enfadado.
Se ha repetido lo que hacía
cuando te enseñaba a hacerlo de pequeño;
pero ahora ha sido al revés.
Últimamente, cuando he conversado contigo
he repetido y repetido las mismas historias,
que tú ya las sabes de memoria y no me has interrumpido
ni te has cansado de escucharme;
como cuando te narraba un cuento
tantas veces antes de dormirte.
Cómo has soportado mi inmovilidad
y el descontrol de mis funciones;
al perder el dominio sobre mi cuerpo
no he podido manejar mis incontinencias
y he hecho sin voluntad mis necesidades;
y tú no te has avergonzado
porque has comprendido
que no es mía la culpa
ni voluntarios estos desajustes.
No me has reprochado
por mis negativas a bañarme
y no me has regañado
por no querer tomar la medicina.
Seguramente me aceptas
como la niñita mayor que soy ahora
y has perdonado mis caprichos y debilidades.
Has pasado por alto mi inutilidad y mi ignorancia
de no comprender los adelantos
de la ciencia y la tecnología
que ya no alcanzo a entender,
pero me has dado el tiempo necesario para algo asimilarlas
y no te has reído de mis impertinencias y torpezas.
No te has enojado cuando al conversar se me ha olvidado
lo que estábamos diciendo;
más bien me has ayudado a recordarlo.
Ya me doy cuenta de cuánta atención
e importancia dabas a lo que te decía.
Con tu mano has puesto en mi boca la sopa y el pan;
aunque ya no tengo dientes ni saboreo lo que como
no me has insistido más allá
de mis ganas y de mi poco apetito.
Igual que tú aprendiste,
y yo ahora lo he olvidado,
he apoyado mi flaqueza y lentitud
en tu brazo generoso, en tu pecho cariñoso
y me has ayudado a caminar según mis lentos pasos.
Lejos de molestarte, te he visto llorar
cuando te decía que ya no quiero vivir;
lo decía por mi estado, por las molestias que causo,
por el esfuerzo que hacías
con un cuerpo pesado, enfermo y cansado.
Has aceptado con valor y resignación el verme como estoy
aunque te has sentido más triste cada día.
He sentido tu corazón junto al mío
en los momentos en que más te he necesitado.
Yo te di la vida, yo te vi nacer;
ahora, con tu amor has prolongado la mía
y me verás morir;
tu camino está en su mejor lugar
y tu tiempo en el más feliz momento,
mientras los míos están por concluir.
Mi gratitud para ti, hijo mío,
mi admiración por tu paciencia.
Pronto se acabará mi cuerpo
pero mi amor siempre estará contigo
ahora, aquí, allá, siempre.
Cuida a la familia que queda, cuídate tú,
que has asegurado tu cuidado
cuando te toque vivir iguales circunstancias,
porque tus hijos velarán por ti,
puesto que lo que se hace en esta vida por alguien
otros lo harán por uno con mayor cariño,
y con mejor merecimiento
en los últimos instantes.
Mis bendiciones de gratitud, hijo mío...Te Amo....
no puedo dejar de decirte
cuánto te amo desde el día en que naciste
y hasta el fin de mi vida, que se acerca;
pero tampoco puedo dejar de agradecerte
por estos últimos meses en que ya viejita como estoy,
ya no he sido la madre joven que conociste cuando niño,
sino la triste anciana que acomete su lucha final
y que sólo da trabajos y preocupaciones.
Cuánta paciencia has tenido, hijo mío,
y cuánta comprensión me has demostrado:
he regado la comida sobre mi ropa
y las medicinas sobre la cama;
ya no he podido ponerme los zapatos
ni he atinado a vestirme;
y tú, no te has enfadado.
Se ha repetido lo que hacía
cuando te enseñaba a hacerlo de pequeño;
pero ahora ha sido al revés.
Últimamente, cuando he conversado contigo
he repetido y repetido las mismas historias,
que tú ya las sabes de memoria y no me has interrumpido
ni te has cansado de escucharme;
como cuando te narraba un cuento
tantas veces antes de dormirte.
Cómo has soportado mi inmovilidad
y el descontrol de mis funciones;
al perder el dominio sobre mi cuerpo
no he podido manejar mis incontinencias
y he hecho sin voluntad mis necesidades;
y tú no te has avergonzado
porque has comprendido
que no es mía la culpa
ni voluntarios estos desajustes.
No me has reprochado
por mis negativas a bañarme
y no me has regañado
por no querer tomar la medicina.
Seguramente me aceptas
como la niñita mayor que soy ahora
y has perdonado mis caprichos y debilidades.
Has pasado por alto mi inutilidad y mi ignorancia
de no comprender los adelantos
de la ciencia y la tecnología
que ya no alcanzo a entender,
pero me has dado el tiempo necesario para algo asimilarlas
y no te has reído de mis impertinencias y torpezas.
No te has enojado cuando al conversar se me ha olvidado
lo que estábamos diciendo;
más bien me has ayudado a recordarlo.
Ya me doy cuenta de cuánta atención
e importancia dabas a lo que te decía.
Con tu mano has puesto en mi boca la sopa y el pan;
aunque ya no tengo dientes ni saboreo lo que como
no me has insistido más allá
de mis ganas y de mi poco apetito.
Igual que tú aprendiste,
y yo ahora lo he olvidado,
he apoyado mi flaqueza y lentitud
en tu brazo generoso, en tu pecho cariñoso
y me has ayudado a caminar según mis lentos pasos.
Lejos de molestarte, te he visto llorar
cuando te decía que ya no quiero vivir;
lo decía por mi estado, por las molestias que causo,
por el esfuerzo que hacías
con un cuerpo pesado, enfermo y cansado.
Has aceptado con valor y resignación el verme como estoy
aunque te has sentido más triste cada día.
He sentido tu corazón junto al mío
en los momentos en que más te he necesitado.
Yo te di la vida, yo te vi nacer;
ahora, con tu amor has prolongado la mía
y me verás morir;
tu camino está en su mejor lugar
y tu tiempo en el más feliz momento,
mientras los míos están por concluir.
Mi gratitud para ti, hijo mío,
mi admiración por tu paciencia.
Pronto se acabará mi cuerpo
pero mi amor siempre estará contigo
ahora, aquí, allá, siempre.
Cuida a la familia que queda, cuídate tú,
que has asegurado tu cuidado
cuando te toque vivir iguales circunstancias,
porque tus hijos velarán por ti,
puesto que lo que se hace en esta vida por alguien
otros lo harán por uno con mayor cariño,
y con mejor merecimiento
en los últimos instantes.
Mis bendiciones de gratitud, hijo mío...Te Amo....
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