Por María Lozano
Jesús vino a este mudo y pagó por nuestros pecados, llevando sobre sí nuestro castigo. Se convirtió en nuestro substituto, pagó nuestra deuda, sin que nos costara nada.
Hizo todo esto libremente por su gran amor, su gracia y su misericordia. Heredó todo cuanto el Padre tenía para darle y nos dice que somos coherederos con Él por virtud de nuestra fe. Ha preparado el camino para nuestro triunfo total tanto aquí como en el más allá. Somos más que vencedores. Él ha conquistado, y nosotros recibimos la recompensa sin la batalla.
¿Qué tanto más sencillo puede ser? El evangelio es maravillosamente sin complicaciones. La complicación es obra de Satanás. Él odia la sencillez porque conoce el poder y el gozo que trae nuestra fe. Cuando su relación con Dios se vuelva complicada, desconcertante y confusa, considere la fuente; se está mezclando la duda y la incredulidad, entrelazándose juntas con la fe.
¡Regrese a la sencillez de poner su fe únicamente en Jesús, y celébrela!
El creer es mucho más sencillo que el no creer.
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