Tomado de: La Buena Semilla (Meditaciones cotidianas)
Por María Lozano
Por cuanto llamé y no respondisteis; hablé, y no oísteis (Isaías 65: 12)Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo. (Hebreos 1: 1-2).
Desde hace mucho tiempo los científicos escrutan el inmenso universo. En Puerto Rico, un observatorio gigante dotado de una antena de más de trescientos metros de diámetro recolecta datos radioastronómicos del cielo. Se usa principalmente para la investigación de los objetos estelares. Además acecha todo signo de vida en el espacio. Incluso enviaron al cosmos un mensaje codificado, formulado de manera que pueda ser descifrado por los supuestos extraterrestres..
Pero, ¿ sabe usted que un mensaje de la mayor importancia, procedente del cielo, vino a la tierra? Dios se había dirigido muchas veces a sus criaturas. Les había enviado profetas para que anunciaran su palabra, pero no fueron escuchados. Entonces él mismo vino a la tierra, en la persona de su Hijo. ¿Quién estaba mejor calificado que él? Así como un intérprete debe conocer dos idiomas para poder desempeñar su función, el Hijo de Dios fue el “Visitante celestial “ que tomó la naturaleza humana para traducirnos el lenguaje del cielo. Dios Hijo nos reveló a Dios Padre, su amor, su gracia, y al mismo tiempo las exigencias de su santidad.
Hoy Jesús ya no está en la tierra para transmitirnos el mensaje. Es cierto, pero está vivo, y Dios nos dio un ejemplar escrito, la Biblia. No necesitamos una antena sofisticada o hacer estudios difíciles para escuchar a Dios. ¡ Leamos su Palabra y creamos en ella! Dios habló, y sigue hablando; “Mirad que no desechéis al que habla… al que amonesta desde los cielos” (Hebreos 12: 25)
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