Tomado de: Fundación Neuquén Oeste
Por María Lozano
Después de lavarles los pies, se puso otra vez el manto, se sentó y preguntó: ¿Entienden lo que acabo de hacer? Ustedes me llaman “Maestro” y “Señor” y tienen razón, porque es lo que soy. Y, dado que yo, su Señor y Maestro, les he lavado los pies, ustedes deben lavarse los pies unos a otros. (Juan 13:12-14)
En estos días, se coloca ante nuestros ojos el icono del Jesús que lava los pies a sus discípulos. El Señor se convierte en siervo y los siervos en señores. La clave es esta: “También ustedes deben lavarse los pies unos a otros”.
Cuando era adolescente, tenía la ambición de ser el primero en todo, quería ser importante, famoso, reconocido. Buscaba mi identidad y encontré en el deporte un camino para alcanzar mis objetivos. Debía ser el primero, el mas rápido, el mas fuerte, el mas aguantador.
Con el paso de los años descubrí que esta ambición me quitaba la vida, pero no sabía qué hacer, porque veía que no es posible renunciar a los sueños e ideales sin traicionarse y me parecía que ser el primero era, sin duda, ese ideal.
Tardé un tiempo en comprender que el ideal está en ocupar el último puesto, que es el puesto del servicio y, por lo mismo, del amor. Esto dio un sentido nuevo a mi vida.
Pretender hoy el último puesto también es demasiado para mí, pues ese lugar se lo ha reservado el Señor, y él no lo cede, aunque sí lo comparte con quien se lo pide. Yo se lo he pedido, y soy consciente que no lo merezco, pero saber que él está a mi lado me hace muy feliz. ¡Ahora, vivo!
¡Gracias Señor por enseñarnos la clave de la felicidad!
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