Por María Lozano
Ni a la feminista más feminista del planeta, ni al más enardecido defensor de los derechos de la mujer, ni al mayor activista en pro de la igualdad de género, ni al principal promotor de políticas para prevenir el abuso sexual, ni a ningún vocero de movimientos importantísimos como “Ni una menos” o “Me too” le oí decir jamás algo tan radical y extremo (y a decir verdad, hasta irrisorio) como lo que una vez dijo aquel a quién yo sigo: “Todo el que mira a una mujer para codiciarla, ya abusó de ella en su corazón” (Mateo 5:28 – La Biblia). ¿Existe algún remedio que elimine de raíz el veneno mortal de la cosificación de las mujeres? Aquí lo tienen, en las palabras de Jesús hace más de dos mil años.
En una cultura absolutamente machista como la de medio oriente del siglo I, en la que las mujeres eran tratadas (y en muchos casos lamentablemente siguen siendo tratadas) como animales, el verdadero revolucionario que introdujo la para entonces loquísima idea de igualdad de derechos y responsabilidades, el que dignificó y protegió al género femenino de forma más cabal, al punto de frenar a unos machotes religiosos que pretendían linchar públicamente a una jovencita, por considerarla impura, y a contramano de todo lo que se esperaba de un “hombre de bien” en aquel entonces él la cubrió de respeto y gracia, negándose a acusarla, el más amable, empático, sensible, compasivo, misericordioso, cercano, amoroso, considerado, puro y extremo luchador que se alzó en defensa de las mujeres fue aquel a quien sigo y deseo imitar en todo: Jesús....
¿Qué pasaría si tomáramos en serio su irrisoria propuesta? ¿Qué pasaría si nos negáramos rotundamente a considerar a otro ser humano, sea mujer u hombre, como un mero objeto codiciable, al alcance de nuestra posesión o manipulación? ¿Qué pasaría si simplemente le hiciéramos caso al más grande de los revolucionarios sociales? Sí, bajo la premisa de que es mejor prevenir que curar, él fue extremadamente amoroso a la hora de fijarnos límites protectores. Y también es extremadamente amoroso cuando esos límites son traspuestos, y ya no se trata de prevenir sino de curar. Como pastor de una comunidad terapéutica, que atiende semanalmente a decenas de personas víctimas de abusos sexuales, violencia, destrato emocional, manipulación, cosificación, y demás males que aquejan a nuestro mundo caído, doy fe de que no hay herida del corazón, por profunda y dolorosa que sea, que Jesús no pueda sanar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario