Por María Lozano
La semilla es la palabra de Dios… la que
cayó en buena tierra, éstos son los que con
corazón bueno y recto retienen la palabra
oída, y dan fruto con perseverancia.
Mientras una joven maestra de escuela, hospedada por una familia cristiana, hacía un reemplazo en una pequeña aldea aislada, tuvo la oportunidad de oír el mensaje del Evangelio.
Más tarde, al enterarse del fallecimiento de la madre de ese hogar, escribió a sus antiguos amigos: “Por medio de su mamá conocí el amor de Jesús, el Salvador, y luego aprendí a amarlo”.
Después, al pasar por la prueba de una grave enfermedad, esa maestra aún daba testimonio de una viva fe: - Siempre siento la presencia de Dios cerca de mí, y a menudo le hablo. Leo mi Biblia. Ella me trae fuerza, consuelo, esperanza y paz del espíritu…”.
Si como esta persona hemos sido puestos en contacto con la divina semilla de la Palabra de Dios, ¿recibiremos también el mensaje del Evangelio? ¿Confesamos nuestra culpabilidad ante Dios y por la fe comprendimos el valor del sacrificio de Cristo? Sólo podremos llevar verdadero fruto para Dios con esta condición.
“Sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores”. El que “persevera en ella… éste será bienaventurado en lo que hace” (Santiago 1:22-25).
Pero si hasta hoy hemos descuidado los llamados de la gracia de Dios, prestemos atención a estas solemnes palabras de la Escritura:
“Dios… ahora manda que se arrepientan; por cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia” (Hechos 17: 30-31).
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