Por María Lozano
Un grupo de vendedores fue a
una convención de ventas.
Todos le habían prometido a
sus esposas que llegarían a tiempo para cenar el viernes por la noche.
Sin embargo, la convención
terminó un poco tarde y llegaron retrasados al aeropuerto.
Entraron todos con sus
boletos y portafolios, corriendo por los pasillos. De repente y sin quererlo,
uno de los vendedores tropezó con una mesa que tenía una canasta de manzanas y
las manzanas salieron volando por todas partes.
Sin detenerse, ni darse
vuelta, los vendedores siguieron corriendo y apenas alcanzaron a subirse al
avión.
Pero uno de ellos, de pronto
se detuvo, respiró profundo y les dijo a sus amigos que siguieran sin él y que
al llegar, llamaran a su esposa y le explicaran que iba a llegar en un vuelo
más tarde.
Luego se volvió y aunque ya
habían pasado unos minutos, se encontró con todas las manzanas tiradas por el
suelo.
Su sorpresa fue enorme, al
darse cuenta de que la dueña del puesto era una niña ciega.
La encontró llorando,
mientras tanteaba el piso, tratando en vano, de recoger todas las manzanas.
Mientras tanto la multitud
pasaba vertiginosamente, sin detenerse sin darse cuenta siquiera de su
desdicha.
El hombre se arrodilló junto
a ella, recogió las manzanas, las metió en la canasta y le ayudó a montar el
puesto nuevamente.
Mientras lo hacía, se dio
cuenta de que muchas se habían golpeado y estaban estropeadas, así que las puso
en otra canasta.
Cuándo terminó, sacó su
cartera y le dijo a la niña:
Toma, por favor. Estos cien
pesos son por todo el daño y las molestias que te causamos. ¿Estás bien?
Ella, llorando, asintió con
la cabeza.
Espero no haber arruinado tu
día. Y se fue.
Conforme el vendedor empezó a
alejarse, la niña le gritó:
Señor, señor, es usted
Jesús…?
Él se paró y no se atrevió ni
a contestar. Mientras esperaba el siguiente vuelo, esa pregunta no dejaba de
resonar en su mente, ¿Es usted Jesús?
Y a ti, ¿la gente te confunde
con Jesús?
Porque ese es el plan, ese es
nuestro objetivo, o mejor dicho ese es el objetivo de Dios. Que lleguemos a parecernos
tanto a Jesús, que la gente pueda identificarnos con Él.
Si decimos que conocemos a
Jesús, debemos vivir y actuar como lo haría Él.
No sólo se trata de creer, ni
siquiera de hablar, testificar, o predicar. Se trata de vivir Su palabra cada
día
¡Señor, que podamos actuar
según tu palabra!
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