Por María Lozano
Después que una tormenta sorpresa cubriera de nieve el Medio
Oriente, una foto del periódico mostró a cuatro hombres armados sonriendo
mientras construían un muñeco de nieve fuera de las maltrechas murallas de un
cuartel general militar.
El clima invernal también hizo que se cancelara una protesta y
se retrasara un debate sobre asuntos parlamentarios de mucha importancia. Se
vieron jugando en la nieve hombres con túnicas largas y mujeres con vestidos
negros tradicionales y pañuelos en la cabeza. Hay algo en la nieve que saca el
niño que hay en todos nosotros.
Y
hay algo en el evangelio que nos llama a abandonar nuestras profundas
hostilidades y sentimientos de importancia propia en favor de una humildad y
una fe infantiles.
Cuando a Jesús le preguntaron: “¿Quién es, entonces, el mayor en
el reino de los cielos?” (Mateo 18:1), llamó a un niño pequeño para que se le
acercara y dijo: “Si no os convertís y os hacéis como niños, no entraréis en el
reino de los cielos” (v.3).
Se ha dicho que la edad disminuye nuestra imaginación,
esperanzas y posibilidades. Mientras más envejecemos, más fácilmente decimos:
“Eso nunca podría suceder.” Pero en la mente de un niño, Dios puede hacer
cualquier cosa. Una fe infantil maravillada y con confianza en Dios abre la
puerta del reino de los cielos.
La fe brilla más en un corazón que es como el de un niño.
. . si no os convertís y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. –Mateo 18:3
. . si no os convertís y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. –Mateo 18:3
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