Por María Lozano
Vuélvete, oh rebelde Israel, dice el Señor; no haré caer mi ira sobre ti, porque misericordioso soy yo, dice el Señor, no guardaré para siempre el enojo. (Jeremías 3:12)
Me levantaré e iré a mi
padre, y le diré; Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. (Lucas 15:18)
En el huerto del Edén, al
principio de la historia de la humanidad, Adán y Eva hablaban libremente y sin
miedo con su Creador. Luego transgredieron la única prohibición que habían
recibido, y desde entonces trataron de esconderse y huir de su presencia.
Quizá nosotros tengamos la
misma actitud, pero mientras nos escondamos de Dios, nuestra vida se reducirá
al vacío y al malestar.
A menudo nuestra vida no es
más que un huir. Un huir en el trabajo, en las distracciones, en la búsqueda de
los bienes materiales… Necesitamos examinarnos desde lo más profundo de nuestro
ser para ver en qué situación estamos.
Pero no nos detengamos
demasiado en esa introspección, pues puede volvernos tristes amargados. Afortunadamente Dios no quiere
dejarnos en ese estado. Así como lo hizo con Adán, ahora lo hace
Con nosotros. Nos busca y nos
dice: ¿Dónde estás? Dios quiere acabar con nuestra tendencia a huir de él; nos
invita a volvernos a él.
Escuchemos a Dios por medio
de la lectura de la Biblia
y la oración. Creamos en su amor y recibámoslo; entonces podremos depositar
nuestra confianza en él y ya no desearemos escondernos. La relación que vivamos
con él será una fuente de paz y serenidad para toda nuestra existencia.
¡Ese es el camino de la
verdadera libertad!
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