Por María Lozano
La desobediencia siempre trae consecuencias negativas a nuestras vidas. Adán y Eva desobedecieron a Dios cuando Él les recomendó que no comieran del árbol del conocimiento del bien y del mal porque morirían espiritualmente, pero como ellos no le obedecieron se dejaron seducir por la serpiente y pecaron. Si se hubieran arrepentido, Dios los hubiera perdonado pero no lo hicieron, por esa razón es que tuvieron que asumir las consecuencias de esa mala decisión.
La tendencia que tenemos como seres humanos es querer hacer nuestra voluntad, creemos siempre tener la razón y queremos que las cosas se hagan a nuestra manera. Nos cuesta obedecer a Dios y cumplir los mandamientos que nos dejó en su Palabra, no respetamos a las autoridades impuestas por Él ni las reglas y procedimientos que rigen nuestra conducta. Solo cuando tenemos que asumir la responsabilidad de nuestros actos, llegamos a comprender la importancia de la obediencia y de tomar en cuenta los consejos sabios que en algún momento leímos en la biblia o nos dieron nuestros padres, pastores y amigos. No sería necesario perder a nuestra familia, salud, libertad, trabajo o ministerio para proceder correctamente, pero la mayoría de las veces lo es; porque solo a partir de ese incidente empezamos a valorar todo lo que tenemos y sobre todo lo que Dios quiere hacer en nuestras vidas y a través de nosotros.
Yo sé que en mí, es decir, en mi naturaleza pecaminosa no existe nada bueno...
Quiero hacer lo que es correcto, pero no puedo. Quiero hacer lo que es bueno, pero no lo hago. No quiero hacer lo que está mal, pero igual lo hago. Ahora, si hago lo que no quiero hacer, realmente no soy yo el que hace lo que está mal, sino el pecado que vive en mí. Romanos 7:18-20 (NTV)
Quiero hacer lo que es correcto, pero no puedo. Quiero hacer lo que es bueno, pero no lo hago. No quiero hacer lo que está mal, pero igual lo hago. Ahora, si hago lo que no quiero hacer, realmente no soy yo el que hace lo que está mal, sino el pecado que vive en mí. Romanos 7:18-20 (NTV)
El Espíritu Santo es el único que nos da la convicción de los pecados que aún moran en nosotros, por eso cada día debemos ser más sensibles a su voz y a su presencia, debemos reconocer que lo necesitamos, porque no es con nuestras fuerzas sino con su ayuda y poder que obedeceremos a Dios, consagraremos nuestra vida a Él, no cederemos al pecado, huiremos de toda tentación y cuidaremos nuestra salvación.
En cambio, el Espíritu de Dios nos hace amar a los demás, estar siempre alegres y vivir en paz con todos. Nos hace ser pacientes y amables, y tratar bien a los demás, tener confianza en Dios, ser humildes, y saber controlar nuestros malos deseos. No hay ley que esté en contra de todo esto. Gálatas 5:22-23 (TLA)
Nuestros actos deben responder al control que tiene el Espíritu Santo de todo nuestro ser, porque no podemos producir nada santo apartados de Él.
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