Tomado de: La Buena Semilla
Por María Lozano
Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, así clama por ti, oh Dios, el alma mía. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo... ¿Por qué te abates, oh alma mía?... Espera en Dios.
Salmo 42:1-2, 11
(Nada) nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro.
Romanos 8:39
¿Por qué te abates, oh alma mía?
Las preguntas de la Biblia (Salmo 42)...
Este creyente tiene sed de Dios y suspira por él, como un ciervo busca las aguas. Su alma está seca, sin fuerzas... ¿Por qué pasa por esos períodos de tristeza? ¡Porque piensa en la felicidad de tiempos pasados cuando, junto a otros, podía cantar! Ahora está solo, y además es el blanco de los que le preguntan: “¿Dónde está tu Dios?”. Estas preguntas son como flechas que penetran hasta lo más profundo de su ser y lo sumergen en la nostalgia y la inquietud.
Pero de repente vuelve en sí, y tres veces se pregunta a sí mismo: “¿Por qué te abates, oh alma mía, y te turbas dentro de mí?” (Salmos 42:5, 11; 43:5). Su mente está abatida e inquieta a la vez. A nosotros también nos sucede lo mismo, sobre todo en la noche: damos vueltas a los problemas y los dramatizamos, estamos abatidos, agotados, tristes, y nuestra mente inquieta trata vanamente de hallar soluciones...
¿Por qué te abates, oh alma mía? Esta simple pregunta nos da una idea de la inquietud interior. Y entonces aparece el remedio: “Espera en Dios”. Dirija la mirada de fe hacia Aquel que tiene en sus manos toda la situación. Es el dueño del futuro, y sabe muy bien qué medios emplear para animarle. ¡Confíe en él! Por el momento desea que no deje de alabarlo, que cante sin desanimarse. ¡Sigue siendo el Dios de su vida, su roca, su salvación y su fuerza! ¡Nada puede separarle de su amor!
© Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)
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