Por María Lozano
Este es el Día en que actuó el Señor. Es un día de triunfo y de gloria, el Día que hizo el Señor. Así que cantemos de gozo en la Pascua de Resurrección, porque el Señor ha resucitado.
¡Cristo vive! Esta es la gran verdad que llena de contenido nuestra fe. Jesús, que murió en la cruz, ha resucitado. Ha triunfado de la muerte, del poder de las tinieblas, del dolor y de la angustia. Jesús no es una figura que pasó, que existió en un tiempo y que se fue, dejándonos un recuerdo y un ejemplo maravillosos. No: Cristo vive. Jesús es el Emmanuel; el Eterno con nosotros. Su Resurrección nos revela que El no abandona a los suyos.
Jesús, al resucitar de entre los muertos, no ascendió inmediatamente al cielo. Si lo hubiera hecho, los escépticos que no creían en la Resurrección, hubieran resultado más difíciles de convencer. El Señor decidió permanecer cuarenta días en la tierra. Durante este tiempo se apareció a María Magdalena, a los discípulos camino de Emaús y, varias veces, a sus Apóstoles. El Señor ha resucitado de entre los muertos, como lo había dicho.
Con la Muerte y la Resurrección del Señor hemos sido rescatados del pecado, del poder del demonio y de la muerte eterna. La alegría profunda de este día tiene su origen en Cristo, en el amor que el Eterno nos tiene y en nuestra correspondencia con ese amor. Se cumple aquella promesa del Señor: Yo les daré una alegría que nadie les podrá quitar. La única condición que nos pone es no separarnos nunca del Padre, no dejar nunca que las cosas nos separen de Él; experimentar en todo momento que somos hijos suyos. Así, pues, ya que Cristo ha resucitado, «¡despierta tú que duermes!, y ¡levántate de entre los muertos!, y te iluminará Cristo… El VIVE HA RESUCITADO!! Aleluya!.
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