Por María Lozano
La semana pasada oí acerca de una viajera que mientras esperaba su avión en un aeropuerto, compró un paquete de galletitas. Se sentó en la cafetería para leer su periódico. Mientras leía, captó un ruido. Asomándose por encima del diario, vio a un caballero muy bien vestido sentado frente a ella y sirviéndose de sus galletitas. Medio enojada, medio molesta, acercó el paquete, tomó una galletita y comenzó a comerla.
Un par de minutos después volvió a oír el ruido. El hombre
se había servido otra galletita. A esa altura, era la única que quedaba. Aunque
muy fastidiada, no quería hacer una escena de modo que no dijo nada.
Finalmente, como si quisiera agregar una ofensa, el hombre quebró la
galletita restante en dos trozos, pasó uno de ellos a través de la mesa hasta
ella, se tragó su mitad y se fue sin dar las gracias. Ella estaba muda.
Un rato después, fue anunciado su vuelo y la mujer tomó su
bolso para buscar su pasaje. Para sorpresa, allí en el bolso estaba su paquete
de galletitas sin abrir. Y en alguna parte de aquel aeropuerto había otro
viajero tratando de imaginarse cómo esa extraña mujer podía ser tan osada e
insensible. Los prejuicios son cosas en las que nos apoyamos fácilmente; no
siempre las situaciones son lo que parecen....
Cualquiera podría pensar que un país adelantado sólo tuviera
habitantes amables y corteses. Además, si apelamos a nuestras raíces
cristianas, ciertamente pensaríamos que permanecen las buenas costumbres de
antaño. Es fácil suponer que somos todo un pueblo de celo religioso, respeto a
la autoridad, integridad absoluta y un espíritu humilde y sumiso. Después de
todo, cualquiera que lee las emocionantes biografías de los grandes hombres y
mujeres que moldearon nuestro país, cualquiera que sea, y nos dieron la gran
herencia que nos enorgullece podría pensar que aún moldeamos así nuestro
camino. En la medida en que queramos ser veraces, esa es una presunción
inexacta.
En cualquier país sea notoria la quiebra general de lo moral
en la nacional. En lugar de un deseo altruista de compartir, es común
enfrentarnos con gruñentes desafíos de voluntariosa independencia. Por
supuesto, hay excepciones, pero allí está la tragedia: que son excepciones.
Cualquiera que crea lo contrario es porque se ha ido a vivir a la tierra de
fantasía.
La mentalidad de comerse unos a otros.
Sin la intención de ser ave de mal agüero, estoy convencido
de que estamos en una espiral hacia abajo. Los lemas que nos hemos acostumbrado
a escuchar van de lo desalentador a lo desagradable. Estos son algunos
ejemplos:
“Tengo derecho”.
“Quiero ser el primero”.
“Hágaselo a los demás, antes que se lo hagan a usted”.
“Dispare primero y pregunte después”.
“Eso a usted no le importa”.
" No me irrita, me desquito".
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