Tomado de: Meditaciones cotidianas
Por María Lozano
(Jesús dijo:) Mirad que no menospreciéis a uno de estos pequeños; porque os digo que sus ángeles en los cielos ven siempre el rostro de mi Padre que está en los cielos. Porque el Hijo del Hombre ha venido para salvar lo que se había perdido. Mateo 18: 10-11Durante los sombríos años de la segunda guerra mundial, un niño de menos de doce años oraba cada noche al Señor Jesús pidiendo que todos los hombres de su barrio que estaban al frente prisioneros o en campos de trabajo, pudiesen volver un día a sus casas..
No elegía a unos sobre otros. Oraba por los que conocía y por aquellos de quienes había oído hablar, sin importarle si eran creyentes o no. Pensaba en ellos porque se había enterado de que en una u otra casa faltaba el marido o el padre, y poco a poco la lista fue creciendo.
Oraba con perseverancia, y si por la noche, debido el sueño, no alcanzaba a enumerarlos a todos, a la mañana siguiente volvía a empezar.
Al final de la guerra, todos los hombres por los cuales el niño había orado regresaron sanos y salvos. Contaron los episodios de su exilio. La mayoría había vivido situaciones de las que pensaba no poder salir, circunstancias dramáticas de las que solo algunos de sus compañeros pudieron escapar. No supieron que un niño había orado por ellos. Pero este niño aprendió mediante esta experiencia, que el Señor escucha la oración de fe. ¡Sin duda, para él fue una gran experiencia que recordó toda su vida!
“Esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye. Y si sabemos que él nos oye en cualquiera cosa que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le hayamos hecho “. (1 Juan 5: 14-.15).
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