Tomado de: Meditaciones cotidianas
Por María lozano
Mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor. ( 2 Corintios 3: 18)(Jesús dijo:) Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador…todo aquel que lleva fruto, lo limpiará, para que lleve más fruto. (Juan 15: 1-2)
Cuando se le preguntó a Miguel Ángel ( 1475-1564) qué método había utilizado para esculpir la estatua de Moisés, respondió lo siguiente: “Tome usted un bloque de mármol y quite todo lo que no se parezca a Moisés”..
Cuando nos convertimos al Señor, al principio somos como bloques de mármol sin forma, como piedras brutas extraídas de una cantera. Pero Dios no quiere que nos quedemos así. Él desea que nos parezcamos cada vez más al Señor Jesús. Para que avancemos moralmente hacia Aquel que es nuestro modelo, quita de nosotros todo lo que no se parece a Cristo. Imitar a Cristo no significa tratar de copiarlo, sino vivir de él mediante su Espíritu, como un sarmiento vive gracias a la savia que emana del tronco. Porque todo cristiano tiene una vida nueva que proviene de la de Cristo.
Aprender a parecernos a él es emprender un viaje que dura toda la vida. Contrariamente a nosotros, Dios es paciente. El crecimiento es progresivo, es decir, cada día damos un paso. Debemos aceptar que Dios nos moldee y nos transforme a su manera, incluso si este proceso lleva mucho tiempo.
“La senda de los justos es como la luz de la aurora, que va en aumento hasta que el día es perfecto” (Proverbios 4: 18). Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor” ( 2: Corintios 3: 18).
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