Tomado de: Meditaciones cotidianas
Por María Lozano
“Cuando llegué a esa sala de reuniones, no me mandaron a lavarme las manos como en el hospital. Sin embargo, creo que mis ojos fueron lavados ; se me aclararon de manera increíble, al fondo vi un gran letrero que decía: Predicamos a Cristo crucificado.
Aquél día escuché el Evangelio por primera vez y comprendí que solo la sangre de Jesucristo podía limpiarme de todo pecado. ¡Qué cambio tan grande sucedió en mí cuando vine a este Cristo crucificado, confesándole mi vida de pecado, lejos de Él! Lavó mi alma perfectamente y para la eternidad. Porque la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado”(1 Juan 1: 7)..
La Biblia nos indica el camino hacia el cielo. Allí ningún pecado ni ninguna mancha pueden entrar. La purificación del creyente es perfecta y plenamente suficiente porque descansa en el valor de la sangre de Cristo, derramada una sola vez . 1 Corintios 6: 11 nos dice: “ Mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido purificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús; y por el Espíritu de nuestro Dios”. Pero en su andar, el creyente se da cuenta de que muchas cosas en este mundo lo ensucian e interrrumpen su comunión con Dios. Entonces es preciso dejar que el Señor nos lave por medio de la Palabra.
Las pandemias son reales, y tenemos que seguir las medidas de higiene y de salud que nos son recomendadas por las autoridades, pero qué bueno recordar que Dios está por encima de todas las cosas. El mundo está dominado por la ansiedad, pero los brazos del que dice: “Venid a mí todos…están abiertos para acogernos. Solo Él puede darnos una verdadera seguridad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario