por María Lozano
Misericordioso y clemente es el Señor. (Salmo 103:8)
El que encubriere sus pecados no prosperará; mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia.(Proverbios 28:13)
Todo empezó con un paseo por el puerto pesquero. De repente el pequeño Francisco resbaló por la piedra mojada del muelle y cayó a las oscuras aguas. El niño aún no sabía nadar; así que dejaba de moverse en todos los sentidos; se hundía, salía a la superficie y volvía a hundirse…Un pescador; quien desde su barco amarrado al muelle vio lo que estaba sucediendo, tomó rápidamente una cuerda y la lanzó hacia Francisco. “¡ Francisco agárrate a la cuerda y déjate llevar!”, gritaban sus angustiados padres. El niño, ya sin fuerzas, tomó la cuerda. Entonces una mano firme lo sacó del agua…¡Ahora estaba a salvo!
La misericordia divina se parece a una cuerda tendida a nuestra miseria. Quizás usted tenga la impresión de estar ahogándose; está luchando solo para salir de las garras del alcohol, de la droga o de un vicio. Mientras la cabeza parece que sus esfuerzos valen la pena, pero en cuanto vuelve la recaída, usted se hunde. Necesita ayuda, y esa ayuda existe. Dios lo ama tal como es, y espera que le pida auxilio.
Háblele de su miseria, pídale perdón por lo que lo esclaviza y de lo que gustaría ser liberado. Ponga en sus manos toda su vida. Dios le dará a conocer a Jesucristo, su Hijo, un Salvador maravilloso, un libertador.¡Vaya a él sin tardar!
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