Tomado de: Reflexiones cristianas
Por María Lozano
Una lágrima: es eso que humedece los ojos del
mundo. Y que el mundo se empeña en ocultar. Es eso que nos tragamos tantas
veces por soberbia, por orgullo, por demostrar fortaleza y queda atorada en la
garganta, apretada en el corazón, comprimiéndonos todo. Es tan profunda, que no
sabemos con certeza de donde nace, ni si podrá morir alguna vez.
A veces una lágrima: cicatriza una herida, lava una pena y ablanda.
Una lágrima: es un recuerdo, una angustia, una desesperación, una interrogante.
Una lágrima: puede ser a veces el comienzo del perdón, la primera luz de la
rectificación que hace estrechar una mano.
Una lágrima: es a veces la gota mágica que hace cambiar por dentro cuando
tenemos que pagar nuestra cuota de dolor, la lágrima ayuda. Cuando la
derramamos en el corazón querido, o en la intimidad de la amistad, la lágrima
une, estrecha, funde.
La lágrima transforma, enseña, disuelve los rencores, las espinas, las malas
yerbas que van creciendo en la amistad e impidiendo acercarse, abrazarse,
comprenderse. La lágrima descubre. El que ingnora tus motivos, no te conoce.
La lágrima es un don.
Lucas 6:21
Bienaventurados los que ahora tenéis hambre, porque seréis saciados.
Bienaventurados los que ahora lloráis, porque reiréis.
Mateo 5:4
Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación.
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