Tomado de Reflexiones
Por María Lozano
Una tarde
invité a Jesucristo a morar en mi corazón. ¡Qué entrada hizo! No fue algo
espectacular ni emotivo, pero sí muy real. Algo sucedió en el mismo centro de
mi vida. Llegó a las tinieblas de mi corazón y encendió la luz. Encendió el
fuego en el hogar y expulsó el frío. Inició una música donde había habido
silencio. Inició una propia amorosa y maravillosa comunión. Jamás he deplorado
haberle abierto la puerta a Cristo y nunca lo lamentaré.
En el gozo de ésta nueva relación, le dije a
Jesucristo: -Señor, quiero que éste corazón mío sea tuyo. Quiero que te
establezcas aquí y te sientas en Tu
casa. Todo lo que tengo te pertenece. Déjame mostrártelo todo.
El estudio
La primera habitación era el
estudio, la biblioteca. En mi hogar, ésta habitación de la mente es muy pequeña
con paredes muy gruesas. Pero muy importante. En cierto sentido es la sala de
control de la casa. El entró conmigo y miró alrededor: a los libros de las
estanterías, las revistas sobre la mesa, los cuadros en las paredes. Cuando yo
seguí con la vista su mirada, me sentí incómodo. Era extraño que no me hubiera
sentido avergonzado de esto antes, pero ahora que Él estaba allí mirando todas
esas cosas, me sentí turbado. Sus ojos eran demasiado puros para contemplar
algunos de los libros que había allí. Sobre la mesa había algunas revistas que
no debía leer un cristiano. En cuanto a los
cuadros en las paredes –las imaginaciones y pensamientos de la mente-
algunas eran vergonzosas.
Sonrojado, me volví a Él y
dije: - Maestro, sé que ésta habitación hace falta limpiarla y ordenarla. ¿Podrías ayudarme a convertirla
en lo que debería ser?
¡ Por supuesto ! – respondió -. Me alegraré de ayudarte. Primero que todo,
toma todas las cosas que estás leyendo y mirando que no sean útiles, puras,
buenas y verdaderas, y ¡tíralas! Después
pon en los estantes vacíos los libros de la Biblia. Llena la biblioteca con
Escrituras y medita en ellas día y noche. En cuanto a los cuadros en las
paredes, te va a ser difícil controlar esas imágenes, pero tengo algo que te
ayudará. Me dio un retrato en tamaño natural de Sí mismo. – Cuelga esto en el
centro – dijo -, en la pared de la mente.
Lo hice, y a lo largo de los años he descubierto que cuando mis
pensamientos están centrados en Cristo Mismo, Su pureza y poder hacen retroceder
a los pensamientos impuros. Así que Él me ha ayudado a traer mis pensamientos
en obediencia debajo de sus pies.
El comedor
Del estudio pasamos al comedor, la habitación de los
apetitos y los deseos. Yo gastaba mucho tiempo y energías allí tratando de
satisfacer mis deseos.
Le dije a Él: - Esta habitación es una de mis favoritas.
Estoy seguro de que te complacerá lo que servimos.
Se sentó conmigo a la mesa y me preguntó: -¿Qué hay en el
menú para comer?
-Bueno, -le contesté-, mis platos favoritos: dinero, grados
académicos y acciones, con artículos del periódico de fama y fortuna como
platos acompañantes. -Estas eran las cosas que me gustaban: dieta mundana.
Cuando tuvo la comida delante, no dijo palabra, pero
observé que no la comía. Le pregunté: -Señor, ¿no te gusta esta comida? ¿Cuál
es el problema?
Él contestó: -Para comer Yo tengo una comida de la que tú
nada sabes.Si quieres comida que de veras te satisfaga, haz la voluntad del
Padre. Deja de buscar tus propios placeres, satisfacción y deseos. Busca
complacerlo a Él y la comida te satisfará a ti.
Allí en la mesa, me dio a probar el gozo de hacer la
voluntad de Dios. ¡Qué sabor! No hay comida como esa en todo el mundo. Es la
única que satisface.
El living
Del comedor fuimos hasta el living. Esta habitación era
íntima y cómoda. Me gustaba. Tenía una chimenea, butacas acolchadas, un
sofá y una atmósfera apacible.
-Él dijo: -Esta de veras es una habitación muy agradable.
Vengamos a menudo. Está aislada y tranquila, y podemos tener comunión juntos.
Bueno, como jóven cristiano, yo estaba estremecido de
emoción. No podía pensar en hacer algo mejor que estar unos minutos con Cristo
en íntimo compañerismo.
Él prometió: -Yo estaré aquí temprano todas las mañanas.
Encuéntrame aquí, y empezaremos el día juntos.
Así que, mañana tras mañana, yo bajaba al living. Él tomaba un libro de la
Biblia del librero. Lo abríamos y leíamos juntos. Él me descubría las
maravillas de las verdades salvadoras de Dios. Mi corazón cantaba mientras Él
me contaba del amor y la gracia que Él me tenía. Eran tiempos maravillosos.
Sin embargo, poco a poco, bajo la presión de muchas responsabilidades, este
tiempo comenzó a acortarse. ¿Por qué? No
estoy seguro. Pienso que estaba demasiado ocupado para pasar con Cristo un rato
con regularidad. No fue intencional, ¿entiendes? Sólo que así sucedió. Por
último, no solo se acortó el tiempo, sino que empecé a dejar de acudir algunas
veces. Se amontonaban asuntos urgentes a las horas de mis apacibles ratos de
conversación con Jesús.
Recuerdo una mañana en que corría escaleras abajo ansioso de ponerme en
camino, Pasé por el living y noté que la
puerta estaba abierta.
Mirando adentro, vi un fuego en la chimenea y Jesús estaba sentado allí. De
repente pensé consternado:- Él es mi
huésped. ¡Yo lo invité a entrar en mi corazón! Él ha venido como mi Salvador y
Amigo, y sin embargo, lo estoy desatendiendo.
Me detuve, me volví y entré vacilante. Con los ojos bajos le dije: -Señor,
perdóname. ¿Has estado aquí todas estas mañanas?
Sí, contestó-. Te dije que estaría aquí cada mañana para encontrarme
contigo. Recuerda, te amo. Te he redimido a un gran costo. Para mí tu comunión
es muy valiosa. Aunque no puedas mantener este tiempo apacible por tu propio
bien, hazlo por el Mío.
La verdad de que Cristo desea mi compañerismo, que Él desea que yo esté con
Él y me espera, ha hecho más para transformar mis ratos apacibles con Dios que
ningún otro hecho aislado. No permitas que Cristo espere sólo en el living de
tu corazón, sino busca tiempo cada día, para que con tu Biblia y en oración,
puedas estar junto a Él.
El taller
Al poco tiempo me preguntó: -¿Tienes un taller en tu casa?
Afuera en el garage de mi casa del corazón yo tenía un
banco de trabajo y algún equipo, pero no estaba haciendo mucho allí. De cuando
en cuando jugueteaba por allí con unos pocos cachivaches, pero no hacía nada
importante.
Lo llevé hasta allí. Inspeccionó el banco de trabajo y
dijo:-Bueno, está muy bien equipado. ¿Qué estás haciendo con tu vida para el
Reino de Dios?
Miró uno o dos juguetitos que yo había tirado juntos en el
banco y levantó uno preguntando: - ¿Es ésta la clase de cosa que estás haciendo
por otros en tu vida cristiana?
-Bueno, Señor.-respondí-. Sé que no es mucho, y de veras me
gustaría hacer más, pero después de todo, no parece que yo tenga la fuerza o la
habilidad para hacer más.
-¿Te gustaría tener mejores resultados?-preguntó.
-
Por supuesto
–repliqué.
-
Está bien.
Dame tus manos. Ahora descansa en Mí y permite que Mi
Espíritu
obre a través de ti. Sé que eres
inexperto, desmañado y torpe, pero el Espíritu Santo es el Maestro Obrero, y si Él controla tus manos y
tu corazón, Él obrará a través de ti.
Poniendo Sus grandes y fuertes manos bajo las mías, sostuvo
las herramientas en sus hábiles dedos y empezó a obrar a través de mí. Mientras más descansaba y confiaba en Él, más
era capaz Él de hacer con mi vida.
El salón de
recreación
Me
preguntó si tenía un salón de recreación donde iba a divertirme y
confraternizar. Yo abrigaba la esperanza de que Él no me preguntara por eso.
Había ciertas actividades y asociaciones que quería mantener aparte para mí
solo. Una noche cuando salía de la casa con algunos amigos, me detuvo con una
mirada y preguntó: -¿Vas a salir?
Le contesté: - Sí.
-Bien –dijo- , me gustaría ir contigo.
-Oh –contesté torpemente-. No creo que te divertirías a
donde vamos. Salgamos mañana por la noche. Mañana por la noche iremos a un
estudio bíblico en la iglesia, pero esta noche tengo otra cita.
- Lo siento – dijo -. Pensé que cuando vine a tu hogar
íbamos a hacerlo todo juntos, a ser
compañeros íntimos. Sólo quiero que sepas que estoy dispuesto a ir contigo.
- Bueno –musité, escurriéndome afuera
de la puerta-, iremos a alguna parte juntos mañana por la noche.
Aquella velada pasé horas miserables. Me sentía envilecido.
¿Qué clase de amigo era yo para Jesús, dejándolo deliberadamente fuera de mi
vida, haciendo cosas y yendo a lugares que yo sabía muy bien que Él
desaprobaría?
Cuando regresé aquella noche, había luz en su habitación, y
subí para hablar con Él. Le dije: -Señor, he aprendido mi lección. Sé ahora que
no puedo pasar un buen rato sin Ti. De ahora en adelante, lo haremos todo
juntos.
Entonces fuimos al salón de recreación de la casa. Él lo
transformó. Trajo nuevos amigos, nuevo entusiasmo, nuevos goces. La risa y la
música han estado resonando por toda la casa desde entonces.
El armario del
pasillo
Un día me lo encontré esperándome en la puerta. En sus ojos
había una mirada impresionante. Cuando entré, me dijo: -Hay un olor peculiar en
la casa. Debe haber algo muerto por ahí. Es en la planta alta. Pienso que es en
el armario del pasillo.
Tan pronto dijo eso, supe de lo que estaba hablando.Había
un pequeño armario de pared en el descanso del pasillo. De sólo unos pocos
centímetros. En aquel armario, tras cerrojo con llave, tenía una o dos cositas
personales de las que yo no quería que nadie supiera. Sobre todo, no quería que
Cristo las viera. Yo sabía que eran cosas muertas que se pudrían, que habían
quedado de mi vieja vida. Las quería mantener tan en secreto, que tenía miedo
de admitir que estaban allí.
De mala gana subí con Él, y mientras subíamos las escaleras
el hedor se hacía más y más fuerte. Él señaló la puerta. Yo estaba enojado. Esa
es la única forma en que puedo describirlo. Le había dado acceso a la
biblioteca, el comedor, el living, el taller, el salón de recreación, y ahora
me estaba preguntando acerca de un armario de treinta centímetros por veinte.
Dije para mí: -Esto es demasiado. No le daré la llave.
- Bueno – dijo Él, leyéndome el pensamiento- , si piensas
que voy a permanecer aquí en el segundo piso con éste olor, estás equivocado.
Me voy afuera al portal.
Entonces vi cómo empezaba a bajar las escaleras.
Cuando uno llega a conocer y amar a Cristo, lo peor que
puede sucederle es sentir que Él retira su confraternidad. Tuve que darme por
vencido, y le dije con tristeza:
- Te daré la llave del armario, pero tendrás que abrirlo y
limpiarlo tú. Yo no tengo fuerzas para hacerlo.
- Dame la llave –contestó-. Autorízame a ocuparme del
armario y lo haré.
Le entregué la llave con manos temblorosas. La tomó, se
dirigió a la puerta, la abrió, entró, tomó toda la porquería que se pudría
allí y la tiró lejos. Entonces limpió el
armario y lo pintó. Todo estaba listo en un minuto.¡ Oh qué victoria y
liberación ver fuera de mi vida todo aquello muerto !
Transfiriendo el título
Me vino un pensamiento: - Señor, ¿hay alguna oportunidad de
que te hagas cargo de la administración de toda la casa y de operarla en mi
lugar como hiciste con el armario? ¿Aceptarías la responsabilidad de mantener
mi vida como debería ser?
Se le iluminó el rostro
cuando respondió: - ¡Me encantaría! Eso es lo que deseo hacer. No puedes ser un
cristiano victorioso con tus propias fuerzas . Déjame que lo haga a través de
ti y por ti. Así es como se hace. Esa es la manera. Pero –añadió- , Yo sólo soy
un huésped. No tengo autoridad para proceder, puesto que la propiedad no es
mía.
Cayendo de rodillas, le
dije: - Señor, tu has sido el huésped y yo el anfitrión. Desde ahora en
adelante yo seré el sirviente. Tú serás el dueño y Señor.
Corriendo lo más aprisa que
pude hasta la caja fuerte, saqué el título de propiedad de la casa que la
describía en detalle. Ansiosamente la firmé a favor de Él solo por toda la
eternidad. – Aquí tienes –le dije-, todo lo que soy y tengo, para siempre.
Ahora puedes administrar la casa. Me quedaré contigo sólo como siervo y amigo.
Las cosas han cambiado desde
que Jesucristo se ha establecido y ha hecho su hogar en mi corazón.