Por María Lozano
Los afligidos y los necesitados buscan agua, pero no la hay,
Su lengua está reseca de sed.
Yo, el Señor, les responderé,
Yo, el Dios de Israel, no los abandonaré.
Abriré ríos en las alturas desoladas,
Y manantiales en medio de los valles.
Transformaré el desierto en estanque de aguas,
Y la tierra seca en manantiales.
Pondré en los desiertos el cedro,
La acacia, el mirto y el olivo;
Pondré en el lugar desolado el ciprés,
Junto con el olmo y el boj,
Isaías 41: 17-19
Nuestra vida puede parecerse a un desierto debido a relaciones que se degradan, a la sequia del corazón, a los pensamientos negativos, al encerrarse en si mismo, nos falta agua que da la vida. Tenemos sed de esta agua viva, de un verdadero refrigerio espiritual en donde encontremos compasión, perdón y verdad en el amor. Esta vida lleva sus frutos, si la hemos recibido podemos, al igual que un desierto que reverdece y florece, dar a los demás amor, alegría, paz, paciencia y bondad.
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