Tomado de: Editorial La Buena Semilla
Por María Lozano
Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios.1 Juan 3:9
Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros.
1 Juan 1:8
¿Ilusiones?.
Los dos versículos de hoy parecen opuestos entre sí y pueden confundir a los creyentes. Algunos cristianos, leyendo rápidamente el primero, podrían pensar que ya no pueden pecar. ¿Es posible? En la lengua original, el verbo traducido al español por “practicar” sugiere la idea de un comportamiento regular, de una costumbre. El apóstol quiere decir que una persona que tiene la vida de Dios ha sido liberada de “practicar el pecado”. La “simiente de Dios”, la nueva vida que ha recibido por gracia, está orientada hacia el bien, por lo tanto no peca.
Pero mientras estemos en la tierra, tenemos en nosotros esta fuente de mal llamada “la vieja naturaleza” o “la carne”, que siempre está dispuesta a influenciarnos. Es por eso que tristemente los cristianos pecan. No reconocerlo sería engañarnos a nosotros mismos. Este es el sentido del segundo versículo citado, confirmado por otros, en particular el de Santiago 3:2, V. M: “En muchas cosas todos tropezamos”.
Sin embargo, los creyentes no tienen ninguna excusa para ceder al pecado. En efecto, el Espíritu Santo que habita en ellos tiene un poder suficiente, y siempre está disponible, para preservarlos del mal. El que cultiva una buena relación con Dios es sensible a su santidad, y esto le evita “tropezar” o pecar.
Y si pecamos, ¿qué debemos hacer? El apóstol nos da inmediatamente el remedio: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9).
Jueces 1:1-21 – Apocalipsis 1 – Salmo 139:1-6 – Proverbios 29:11-12
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