Tomado de: Al entrar al Cielo (Max Lucado)
Por María Lozano
Muchos creen que la muerte no tiene sentido. La muerte es para la gente lo que los agujeros negros son para el espacio: un poder misterioso, inexplicable, desagradable y voraz al que se debe evitar a toda costa. Y así lo hacemos. Hacemos todo lo que podemos para vivir y no morir. Dios, sin embargo, dice que debemos morir para vivir. Cuando se siembra una semilla, esta tiene que morir en la tierra antes que pueda crecer ( 1 Co 15: 36). Lo que nosotros vemos como la tragedia suprema, él lo ve como el triunfo final..Y cuando un cristiano muere, no es tiempo para desesperarse sino tiempo para confiar. Así como la semilla se entierra y la cáscara que la cubre se descompone, así el cuerpo carnal será enterrado y se descompondrá. Pero así como de la semilla sembrada brota nueva vida, también el cuerpo florecerá en un nuevo cuerpo. Como dijo Jesús: “Si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo: pero si muere lleva mucho fruto” (Jn 12: 24).
Si pudiéramos hacer una variación un tanto brusca a esta metáfora, permíteme saltar de las plantas y una finca a una comida y el postre. ¿No nos agrada oír al cocinero decir: “En cuanto termine, tengo una sorpresa para ustedes? Dios dice algo parecido en cuanto al cuerpo. “En cuanto terminen con el que tienen, tengo una sorpresa para ustedes”.
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