por María Lozano
Mirándole Jesús, dijo: Tú eres Simón,
hijo de Jonás; tú serás llamado Cefas
(que quiere decir, Pedro) Juan 1:42
Si una persona a quien respeto o admiro se acerca a mí y me llama por mi nombre, eso me conmueve debido al interés que me manifiesta de esa manera.
Desde que pertenezco a Cristo soy conocido y amado por él. Jesús conoce bien mi nombre, el que llevo desde el día en que hizo que viniese a este mundo. Él me ama, no por lo que seré, sino tal cual soy, y esto porque la fuente del amor está en él. En un mundo donde la vida humana está cuantificada en términos de productividad o de gastos, mi Salvador me atribuye un valor intrínseco, inmutable, porque está ligado al precio que él mismo pagó por mí.
Sí, el Señor me conoce bien, su grandeza no lo aleja de mí. Sea cual sea mi estado, él se acuerda de mi nombre y de los planes de amor que tiene preparados para mí. En la mañana de su resurrección, lo manifestó de una manera especial a una persona afligida: “Jesús le dijo!” ¡María! (Juan 20:16).
Puede suceder que yo pierda el contacto con él, por ejemplo, porque busqué otra cosa diferente a su comunión. Entonces se acerca a mí, como lo hizo con su discípulo Pedro, y me dice llamándome por mi nombre: ¿Me amas? Si estoy dispuesto a responderle sinceramente, confesando mis errores, volveré a hallar el gozo de su presencia y quizá, bajo la forma de una misión especial (Juan 21:15-17).
No hay comentarios:
Publicar un comentario