Por María Lozano
Cierta Nochebuena, cuando tenía 12 años, había salido con mi
padre —que era ministro de Dios— a hacer unas compras navideñas de última hora.
Me tenía cargado de paquetes y yo estaba cansado y de mal humor.
¡Cuánto deseaba llegar a casa! En ese momento se me acercó un
mendigo. Aquel hombre andrajoso, sucio y con cara de no haber dormido extendió
una mano, que parecía más una garra, y me pidió dinero. Tan repulsivo era que
instintivamente me aparté.
En tono bajo mi padre me dijo:
—Norman, es Nochebuena. No debes tratar a alguien así. Sin mostrar señal de compunción, repliqué:
—
—Norman, es Nochebuena. No debes tratar a alguien así. Sin mostrar señal de compunción, repliqué:
—
-Papá, no es más que un mendigo. Mi padre se detuvo.
—Puede que haya desperdiciado su vida, pero eso no lo hace menos
hijo de Dios. Acto seguido, me dio un billete de un dólar, que por aquel
entonces era mucho dinero, sobre todo para lo que ganaba un pastor.
—Quiero que le entregues este billete a ese hombre, que le
hables con respeto y le digas que se lo das en nombre de Cristo.
—Papá —protesté—, no puedo hacer eso. La voz de mi padre
adquirió tono de firmeza. —Ve y haz lo que te digo.
—Discúlpeme, señor, le doy este dinero en nombre de Cristo.
Fijó los ojos en el billete y luego me miró perplejo. De golpe
una sonrisa le iluminó el rostro, una sonrisa tan bella y llena de vida que
ocultó su aspecto sucio y andrajoso. Me olvidé que era un viejo harapiento. Con
un gesto casi de caballero distinguido, se quitó el sombrero y gentilmente me
respondió:
—En nombre de Cristo se lo agradezco, joven.
De repente se disiparon mi irritación y mal humor. La calle, las
casas, todo lo que me rodeaba cobró en ese instante un aura de belleza, pues
había tomado parte en un milagro que desde entonces he visto muchas veces: la
transformación que se produce en alguien cuando uno lo mira como hijo de Dios,
cuando le brinda amor en nombre de un niño nacido hace dos mil años en un
establo en Belén, una persona que aún vive y camina a nuestro lado y hace
notoria su presencia.
Ese fue el descubrimiento que hice aquella Navidad:
el oro de la dignidad humana, que yace oculto en cada alma esperando que le demos ocasión de brillar. Norman Vincent Peale.
el oro de la dignidad humana, que yace oculto en cada alma esperando que le demos ocasión de brillar. Norman Vincent Peale.
Mateo 25:40
De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis”. Jesús.
De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis”. Jesús.
Los que sienten pena solo manifiestan lástima. En cambio, los
que tienen compasión hacen algo al respecto.
Los compasivos ponen sus oraciones en acción y traducen sus palabras en actos de bondad.
Los compasivos ponen sus oraciones en acción y traducen sus palabras en actos de bondad.
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