Por María Lozano
Toda la ciudad se conmovió, diciendo: ¿Quién es este? (Mateo 21: 10).
De vez en cuando, leo de algunos que se ofenden porque no han sido tratados con respeto y la diferencia que creen merecer: “¿Sabe quién soy yo?”, gritan indignados. Y esto nos recuerda el dicho: “Si tienes que decirle a la gente quién eres, probablemente no seas quien crees ser.
El extremo opuesto de esta arrogancia se ve en Jesús; incluso cuando su vida se acercaba al final.
Jesús entró en Jerusalén en medio de los gritos de alabanza del pueblo (Mateo 21:7-9). Cuando otros habitantes de la ciudad preguntaron: ¿Quién es este?”, las multitudes respondieron: “Este es Jesús el profeta, de Nazaret de Galilea”. El no apareció reclamando privilegios especiales, sino que, con humildad, vino a entregar obedientemente su vida.
Las palabras de Jesús y sus obras merecían respeto.
Sin embargo a diferencia de los gobernantes inseguros , Él nunca exigió que los demás lo respetaran.
Sus horas más angustiosas parecen ser sus puntos de mayor debilidad y fracaso. No obstante, el poder de su identidad y misión lo ayudaron a atravesar esos momentos, cuando murió por nuestros pecados para que pudiéramos vivir en su amor.
El Señor es digno de una vida de devoción. ¿Reconoces quién es Él?.