Por María Lozano
Tus oídos oirán a tus espaldas palabra que diga: Este es el camino, andad por él.
Isaías 30:21
Te haré entender, y te enseñaré el camino en que debes andar; sobre ti fijaré mis ojos.
Salmo 32:8
Gracias a la recepción de señales emitidas por una red de satélites y el desarrollo de la electrónica, existen aparatos que indican con precisión nuestra posición en la tierra. Los GPS ahora se utilizan no solo para la navegación marítima o aérea, sino que también pueden mostrarnos mapas de carreteras y guiarnos a una dirección precisa mediante una voz sintética. Nos costaría comprender que una persona perdida que tiene un GPS no quiera seguir las instrucciones que el aparato le da.
Si comparamos esto con nuestra vida cristiana, todos viajamos hacia la eternidad, y tenemos la posibilidad de dejarnos conducir por un guía digno de confianza: Jesucristo. Él declara: “Yo soy el camino” (Juan 14:6). Su enseñanza es la verdad, nos da la “la luz de la vida” (Juan 8:12). Podemos negarnos a escuchar su voz, pensando que somos capaces de arreglarnos solos; pero entonces no nos extrañemos si nuestro camino nos lleva a un callejón sin salida.
Al contrario, si nos acercamos al Señor Jesús con sinceridad, reconociendo nuestros errores e indecisiones, y quizá nuestra obstinación en querer vivir sin él, nos hará oír su voz y nos enseñará el camino. La Biblia, en particular el Nuevo Testamento, es el «mapa» que indica el buen itinerario. Escuchemos la voz de Jesús y dejémonos guiar por él. Entonces podremos decir llenos de felicidad: “Hazme saber el camino por donde ande, porque a ti he elevado mi alma” (Salmo 143:8).
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