por María Lozano
Mira que estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré y cenaré con él. Y él conmigo. (Apocalipsis 3:20).
Cuando invitamos a Dios a nuestro mundo. Él entra, Él trae una multitud de obsequios gozo, paciencia. Las ansiedades vienen, pero no se quedan. Los temores salen a la superficie y luego se van. Los remordimientos caen en el parabrisas, pero entonces viene el limpiaparabrisas de la oración. El diablo me entrega piedras de culpa, pero yo volteo y se las entrego a Cristo. Estoy terminando mi sexta década sin embargo, estoy lleno de energía. Estoy más feliz, más saludable, y más esperanzado que nunca. Las luchas vienen por supuesto. Pero también Dios. La oración no es un privilegio de los devotos, ni el arte de algunos escogidos. La oración es simplemente una conversación sentida entre Dios y su hijo. Mi amigo, Él quiere hablar con usted. Incluso ahora mientras lee estas palabras. Él llama a la puerta.
Ábrala. Dele la bienvenida. Que comience la conversación.
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