Por María Lozano
Los que sembraron con lágrimas, con regocijo segarán.
Irá andando y llorando el que lleva la preciosa semilla;
Mas volverán a venir con regocijo, trayendo sus gavillas.
(Salmo: 126:5-6)
El salmista nos presenta un proceso lento, doloroso pero con resultados merecidos y victoriosos.
Este versículo nos enseña que toda siembra tiene un costo, el costo de un trabajo arduo, doloroso y agotador, en este caso la semilla podríamos decir que es la palabra de Dios, esa semillita que vamos sembrando día a día con oración, con fe y haciendo llegar la enseñanza de Dios como discípulos. Una semilla que sembramos en el corazón y alma. El SEÑOR es la única semilla que da cosechas buenas, con abundancia, gracias a su misericordia.
“Sembrar con lágrimas”, quiénes no ha llorado? Esto nos sucede de forma cotidiana, podría ser con lágrimas de trabajo, estamos en un lugar de trabajo lleno de envidia, jefes insensibles pero aun así cada día nos levantamos con perseverancia a seguir adelante, paciencia y fe....
Si nos detenemos a mirar a un agricultor que está preparando la tierra para sembrar y luego siembra la semilla. El agricultor espera un buen tiempo para ver sus frutos. Pero este agricultor tiene la confianza que su arduo trabajo dará buenas siembras.
En la vida espiritual se necesita perseverancia, paciencia ya que tendremos tiempos majestuosamente difíciles y derramaremos lágrimas como el océano, pero seremos victoriosos si sembramos semillas de oración, si obramos bien, si la semilla se llama DIOS.
Sembremos con lágrimas y con fidelidad la Palabra del SEÑOR, aun cuando no vemos resultados. JESÚS dijo a Mateo “bienaventurados los que lloran porque ellos serán consolados”
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