Por María Lozano
Escudriñar las Escrituras; porque a vosotros
os parece que en ellas tenéis la vida eterna;
y ellas son las que dan testimonio de mí.
Juan 5:39
Si usted siente, aun confusamente, las profundas necesidades
de su ser, la ausencia de relación con su Creador, no dude en leer la Biblia , pues ella le
conducirá a reconocerlo como Dios. La fe en un Dios cercano que se revela no
tiene comparación con lo que la filosofía o la tradición religiosa pueden
aportarnos.
Es preciso acercarse directamente a la fuente. La Biblia nos presenta el
testimonio de hombres y mujeres que buscaron y encontraron. Su búsqueda se
transformó en seguridades, pues “el que busca, halla”, dice la Escritura (Mateo 7:8).
La grandeza del hombre no reside en una búsqueda sin fin,
que sólo sería constatación de fracaso.
No, la grandeza del hombre radica en la aceptación confiada del interés y del
amor que Dios nos tiene, pues siempre está buscándonos. Si la humildad es la
clave para ir a Dios, también es la llave de la lectura y comprensión de la Biblia. Leámosla en oración,
con simplicidad, sin buscar explicaciones complicadas, sino reteniendo
primeramente el sentido más directo.
Dios habla a nuestro corazón y a nuestra conciencia de
manera que todos lo comprendamos.
Felipe, un discípulo de Jesús, se encontró con Natanael, un
israelita piadoso, y trató de explicarle que había encontrado al esperado
Mesías. Como Natanael discutía sobre el valor de los argumentos, Felipe lo tomó
de la mano, por así decirlo, y le dijo: “Ven y ve”. Natanael dio el paso,
encontró a Jesús, se inclinó y dijo: “Rabí, tú eres el Hijo de Dios”
(Juan 1:46,49).
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