Por María Lozano
Todo aquel que hace pecado, esclavo es del
Pecado.
Juan 8:34
En esto consiste el amor: no
en que nosotros
hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó
a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por
nuestros pecados.
1 Juan 4:10
Es la palabra “pecado” . Se volvió una palabra “socialmente
incorrecta”. Sin embargo la realidad del pecado está ahí, tristemente presente.
Está en el origen del sufrimiento y de la muerte, causa de nuestras lágrimas.
Originalmente el verbo “pecar” significa no dar en el blanco”.
Es no hacer caso de lo que Dios espera de mí, es desobedecerle. El pecado es,
por lo tanto, lo que hace que mi vida no sea lo que debería ser. El pecado
conduce al fracaso, a la desobediencia a Dios y al sentimiento doloroso del
contraste entre el bien que quiero y “el mal que no quiero” (Romanos 7:19-20)
El pecado nos afecta a todos. La Biblia dice: “No hay
diferencia, por cuanto todos pecaron…” (Romanos 3:22-23)
Reconocer que hemos pecado es difícil, pues se trata de
tomar conciencia de que hemos hecho mal al otro, a uno mismo y a Dios. Tomar
conciencia de la falta siempre hiere.
Espontáneamente tratamos de cicatrizar la herida minimizando
la falta. Pero el pecado no es sólo una herida hecha a los demás y a nosotros
mismos, sino también una ofensa a Dios, a su amor. ¿Se trata de una situación desesperada? No,
porque Dios, quien ama a su criatura, envió a su Hijo para liberar del pecado a
todos los que creen en él, Jesucristo “murió por nuestros pecados” (1 Corintios
15:3); sufrió el juicio en nuestro lugar. Él perdona al pecador
arrepentido.
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