Por María Lozano
Jesús dijo:)He aquí, yo estoy a la puerta
y llamo; si alguno oye mi voz y abre la
puerta, entraré a él, y cenaré con él y él
conmigo.
Apocalipsis 3:20
Jesús compara nuestra vida con una casa cuyo propietario es
él y nosotros somos sus inquilinos. Por lo tanto, cuando estamos en nuestra
casa, realmente estamos en la suya.
Hemos amueblado nuestra vivienda según nuestras
conveniencias y gustos; hemos organizado nuestra vida, nuestros proyectos…en
otras palabras, nos hemos instalado.
Él, el Salvador, todavía está fuera, a la puerta. Está ahí
quizá desde hace mucho tiempo, y podría seguir ahí todavía durante mucho
tiempo, porque es paciente. ¿Lo dejaremos entrar? ¿Le abriremos la puerta? Ahí
está el asunto. Nosotros tenemos la llave; está por la puerta de adentro. Él
está al exterior, llama y espera.
Jesucristo se presenta ante nosotros, por lo tanto debemos
tomar una decisión.
¿Formamos parte de los que no abren, de los que dicen:
“Abriré más tarde”? ¿O somos de los que deciden abrir sin tardar?
Preguntémonos de qué lado de la puerta se halla Jesús;
¿Adentro o fuera? ¿Está al exterior o al interior de nuestra vida? Toda nuestra
vida cambia si Él vive en nosotros. Así que, si aún no lo ha hecho, ábrale
ahora mismo.
Entonces entrará, y con él vendrá esa verdadera felicidad
que no depende de las circunstancias de la vida, y que quizás usted busca desde
hace tanto tiempo.
“Vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo
en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí”
(Gálatas 2:20).
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