Por María Lozano
"EL AMOR NUNCA DEJA DE SER"
(1 Corintios 13: 8)
El profesor Howard Hendricks escribió: “Cuando estaba en el quinto curso, yo era inseguro, no me sentía amado y estaba descontento con la vida. Mi profesora, la señorita Simon, aparentemente pensaba que yo no veía el problema, pues regularmente me recordaba: ‘Hendricks, eres el peor chico de esta escuela’. Así que, me dedicaba a vivir de acuerdo con su opinión acerca de mí. Al pasar al sexto curso, la señorita Noe echó una mirada, desafiante, como para entrar en acción, hacia donde yo estaba sentado. Sonriendo dijo: ‘Hendricks, he oído mucho de ti, ¡pero no creo ni una palabra de ello!’.
Aquello fue un momento decisivo en mi vida. ¡Por vez primera alguien vio potencial en mí! La señorita Noe me puso tareas específicas. Me invitó a quedarme después de la escuela para trabajar con ella. En consecuencia, yo no podía defraudarla. Una vez estaba tan metido en la tarea que no me acosté hasta la 1.30 de la madrugada. Mi padre vino por el pasillo y me dijo: ‘Hijo, ¿te encuentras mal?’. ‘No’, le contesté, ‘estoy haciendo los deberes’. Se restregó los ojos y movió la cabeza con incredulidad; nunca me había oído decir cosa semejante. ¿Qué causó la diferencia? Alguien estaba dispuesta a creer en mí, mientras me retaba a expectativas más altas. Aquello fue arriesgado, pues no había garantía de que yo honraría su confianza”.
A todo el mundo le gusta ver el resultado de su enseñanza, especialmente cuando se trata de alguien con talento. ¿Pero cuántos de nosotros estamos dispuestos a arriesgar con una persona que roza los límites de la normalidad? Los que sí lo están, muestran esa clase de amor que… ¡nunca falla!
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