Por María Lozano
Lectura: 1 Corintios 4:9-16
Ciertamente la vida era más sencilla años atrás. Si un hombre era carpintero, su hijo con toda probabilidad iba a ser lo mismo (tal como José con Jesús)....
Eso era porque el taller estaba en la casa y el muchacho trabajaba con el padre. El hijo miraba atentamente cómo cortaba papá la madera, la cepillaba, la pulía y luego juntaba todo para construir un banco o una mesa. Era aprendizaje por ejemplo.
Eso era porque el taller estaba en la casa y el muchacho trabajaba con el padre. El hijo miraba atentamente cómo cortaba papá la madera, la cepillaba, la pulía y luego juntaba todo para construir un banco o una mesa. Era aprendizaje por ejemplo.
La mayoría de jóvenes ya no aprenden sus oficios así. Las vocaciones son mucho más complejas y el entrenamiento demasiado exigente.
Sin embargo hay un aspecto de la vida que sigue siendo el mismo de antes. Los hijos no sólo aprendían de papá y mamá cómo hacer las cosas, sino que aprendían también de la vida. Veían los valores y la ética de sus padres en acción cada día en sus hogares.
Los padres creyentes todavía tienen “pequeños aprendices” que observan cómo ponen en práctica sus creencias. Sucede a la hora de las comidas, en el auto, en la tienda, en una conversación con los vecinos, en fin, todo el tiempo. ¡Qué oportunidad tan maravillosa de enseñar a nuestros hijos como vivir para Cristo! Y los jóvenes no sólo lo necesitan, sino que lo desean.
Pablo dijo a sus hijos en la fe que lo imitasen que siguiesen su ejemplo (1 Cor.4:16)
¿Estamos viviendo para Cristo de tal manera que queremos que nuestros hijos nos imiten?
Puede que los hijos cierren los oídos al consejo, pero sus ojos siempre estarán abiertos al ejemplo.
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