Por María Lozano
Cuando asistí a la Universidad y me encontraba como se encuentran la mayoría de los estudiantes, con “dificultades económicas”, mi bisabuela solía enviarme un pequeño cheque mensual. No era mucho dinero, pero la realidad es que hubo meses en que me hubiera sido imposible sostenerme a no haber sido por dichos regalos. Ella me decía que deseaba ayudarnos mientras yo estuviera estudiando. Mi esposo y yo estábamos trabajando pero nuestros trabajos no nos permitían devengar un gran salario. Yo asistía a la Universidad a tiempo completo y teníamos una bebé pequeña, nuestra hija mayor. La realidad es que sinceramente no teníamos mucho con que contar. Yo nunca le dije a ella que nos enfrentábamos a tiempos difíciles, pero ella lo sabía. Los ingresos de mi bisabuela eran muy limitados, ya que mi bisabuelo había fallecido. Yo sabía que el pequeño cheque que me enviaba representaba un gran sacrificio para ella....
Así que después que terminé la Universidad, la llamé y volví a explicarle a mi anciana bisabuela, de más de 80 años de edad, que ya había finalizado mis estudios, había comenzado mi nuevo trabajo, que estaba muy agradecida de los cheque que me había enviado y mientras intentaba decirle que no tenía que continuar haciéndolo, ella me interrumpió para decirme que iba a continuar porque estaba tratando de hacer lo que Dios deseaba que ella hiciera. Ella me dijo: “Todo el mundo necesita ayuda y Dios desea llenar nuestras necesidades, pero lo hace a través de otros”.
Esta declaración ha permanecido en mi memoria a través de los años, según Dios me ha movido para ayudar a otros, en ocasiones financieramente, en otros con un oído para escuchar o con una mano extendida para ayudar.
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