Por María Lozano
Hace algunos años fui sometido a un procedimiento de telégrafo enviando clave Morse. Rápido, rápido…leeento. Después de varios intentos fallidos de restaurar un ritmo saludable con medicamentos, mi médico decidió que debería someterme a una ablación por catéter. El plan iba así: Un cardiólogo insertaría dos cables en mi corazón. Uno era una cámara; y el otro era una herramienta de ablación. Ablación es quemar. Sí, quemar, cauterizar, chamuscar, destruiría las partes de un corazón que se estaban “comportando mal”.
Mientras era llevado en una silla de ruedas a cirugía, me preguntó si tenía preguntas finales (no fue la mejor selección de palabras). Traté de ser ingenioso.
-Mientras allí dentro, ¿Podría tomar su pequeña antorcha para quemar un poco de mi codicia, egoísmo, superioridad y culpa?
Sonrió y respondió- Perdón, pero eso queda fuera de mi nivel de paga.
De hecho lo estaba, pero no está fuera del de Dios. Él está en el negocio de cambiar corazones.
Nos equivocamos, al pensar que este cambio nunca sucede. Podría venir en espasmos y rachas. Pero viene. “Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres”. (Tito 2: 11). Las compuertas están abiertas y el agua está saliendo. Uno simplemente nunca sabe cuándo la gracias se va a escurrir.
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