Por María Lozano
La grandeza de Dios nunca la podremos entender. Sus caminos y pensamientos, son más altos que los nuestros. Si hablamos del amor de Dios, es un amor tan ancho, tan largo, tan alto y tan profundo que necesitaremos la eternidad para poder experimentarlo. El amor de Dios es tan grande que nada podrá separarnos de Él. Ese amor tomó lo más preciado del cielo y lo dio para que todos fuéramos salvos, aun cuando no lo merecíamos, pero su gracia lo hizo posible. Ese es nuestro Dios sobrenatural, ese es nuestro Padre.
Tal vez nunca terminemos de entender a Dios, pero de lo que se trata es de experimentarlo. Si lo pudiéramos comprender en su totalidad, entonces no sería ese Dios tan grande y poderoso que Él dice ser. Las teologías más complejas nunca darán a entender a un Dios infinito donde Él es el principio y el fin; no podrían dar una idea, pero nunca ha sido ese el objetivo de Dios. El plan ha sido vivir en una relación íntima cara a cara entre el Creador y su creación, por medio de la fe. ...
Habrá situaciones difíciles de comprender en la vida que podrían inclinarnos a dudar de Su existencia, pero si no las comprendemos no significa que Él no exista. La fe hace que confiemos en Él y nos da visión de aquello que no podemos ver aún. Por eso lo que pensamos dé Él, nos ayudará a tener esa cercanía. A.W. Tozer dijo: “Lo más importante de nosotros es lo que viene a nuestra mente cuando pensamos acerca de Dios”. Dios es bueno y real.
Es normal que nuestro Dios actúe de manera sobrenatural en personas normales, este es el corazón del Padre. Él es Dios y puede hacer lo que quiera. Él nos ama tanto que anhela cambiar nuestra vida sobrenaturalmente. Él es capaz de provocar encuentros increíbles y poderosos, en personas comunes. Jesús realizó hechos sorprendentes durante su ministerio y fue Él mismo el que nos ha ungido y comisionado para hacer lo mismo y aún mayores obras que las que Él hizo, con la ayuda del Espíritu Santo. Jesús está con nosotros para que podamos ser transformados y saber que Dios es bueno, y así como el Padre envió a Jesús, Jesús ahora nos envía a nosotros.
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