Por María Lozano
Don Roque tocó la puerta.
Hola papá, ¡qué milagro que vienes por aquí!
ya sabes que no me gusta molestarte, pero me siento muy solo; además estoy cansado y viejo.
Pues a nosotros nos da mucho gusto que vengas a visitarnos ya sabes que esta es tu casa.
gracias hijo, sabía que podía contar contigo, pero temía ser un estorbo. entonces, ¿no te molestaría que me quedara a vivir con ustedes?.
¡estoy tan solo!
Ehh ...¿quedarte a vivir aquí? si... claro... bueno... no sé si estarías a gusto. tu sabes la casa es chica... mi esposa es muy especial... y luego los niños...
Mira, hijo, si te causo muchas molestias olvídalo. no te preocupes por mí, alguien me tenderá la mano.
¡No papá no!, ¡no es eso!. solo que... no se me ocurre donde podrías dormir. no puedo sacar a nadie de su cuarto, mis hijos no me lo perdonarían... a menos que no te moleste.
¿qué cosa hijo?.
Bueno... dormir en el patio.
¿dormir en el patio? bueno... el patio está bien.
el hijo de don roque llamó entonces a su hijo luis de once años.
mira hijo, tu abuelito se quedará a vivir con nosotros. tráele una cobija para que se abrigue y no pase frío en la noche.
sí, con gusto... pero... ¿dónde va a dormir mi abuelito?
en el patio, no quiere que nos incomodemos por su culpa, ya sabes cómo es..
entonces el niño subió por la cobija. tomó unas tijeras y la cortó en dos. en ese momento llegó su padre.
¿qué haces, porqué cortas la cobija de tu abuelito?.
sabes papá... estaba pensando...
¿pensando?
sí, en guardar la mitad de la cobija para cuando tú seas viejo y te vayas a vivir a mi casa.
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