Tomado de: Ankor Inclán
Por María Lozano
La estación de tren estaba llena de ruido: maletas golpeando el suelo, altavoces anunciando salidas, pasos apresurados. Entre todo ese movimiento, un anciano de cabello blanco se detuvo frente a la máquina de café. Cuando levantó la vista, vio un rostro que creyó imposible.Ella estaba allí, de pie, con un abrigo gris y una bufanda roja. Sostenía un billete en la mano y miraba el tablero de horarios con la misma concentración de antaño.
El corazón de él se aceleró. Caminó hacia ella, dudando.
—¿Eres tú… Leyla?
Ella giró lentamente. Tardó unos segundos en reconocerlo, pero al ver aquellos ojos oscuros, la memoria la golpeó de golpe.
—No puede ser… ¿Kemal?
El silencio que siguió fue tan intenso como un rugido. Medio siglo había pasado desde la última vez que se vieron. Eran jóvenes entonces, enamorados, hasta que la vida los separó con promesas incumplidas y cartas que nunca llegaron.
—Has cambiado —susurró ella, con la voz quebrada.
—Tú también. Pero tus ojos… siguen siendo los mismos.
Se quedaron allí, torpes, como si el tiempo se hubiera doblado. La gente pasaba a su alrededor, ajena a ese reencuentro improbable..