Por María Lozano
Lectura: Hechos 1:1-22
Un cadete militar se hallaba en posición de atención durante un desfile de entrenamiento militar cuando saludó a uno de los espectadores. El instructor se dirigió al joven soldado y le dijo en tono de reprensión: “¡Cadete! ¡No vuelva a hacer eso jamás!” Sin embargo, cuando la compañía del muchacho pasó marchando por el puesto de revisión, el joven saludo una segunda vez. Cuando las tropas estuvieron de vuelta en los cuarteles, el instructor caminó amenazadoramente hacia el joven cadete y le dijo en un fuerte tono: “¡Le dije que no saludara!, ¿Es que no me tiene miedo?”. “Sí señor” – contestó el joven – ¡Pero usted no conoce a mi madre!...
Pedro y Juan habían incomodado a la “élite” religiosa de Jerusalén. A los hombres de poder de la ciudad les perturbaba el mensaje que predicaban los dos discípulos y los milagros que acompañaban sus predicaciones. Su misión era detenerlos. Es por ello, que tanto Pedro como Juan fueron detenidos y encarcelados. Tenían razones de sobra para tener miedo. No obstante, el día siguiente enfrentaron a sus acusadores con gran valor. “…Juzguen ustedes: ¿Es justo delante de Dios obedecerlos a ustedes antes que a él?” (Hechos 4:19) Temían a Dios más que a sus perseguidores.
Si nos sentimos tentados a callar cuando deberíamos salir en defensa del evangelio, debemos recordar que podemos hablar y actuar con convicción porque conocemos a nuestro Dios. Su autoridad sobrepasa a todas las demás.
Es a Dios a quien tenemos que agradar.
Si temes a Dios, no tendrás que temer nada más.
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