Por María Lozano
"Cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba” (1 Pedro 2:23).
Una asombrosa verdad relacionada con el sufrimiento de Cristo es que nunca se defendió contra quienes lo maltrataron. No castigó a nadie y jamás tomó represalias de ninguna forma.
¡Qué diferente de nosotros! Cuando nuestro sufrimiento se vuelve insoportable, nos defendemos, protegiendo nuestros derechos y reputación. A veces incluso amenazamos a Dios sin siquiera saber lo que estamos haciendo. Pero cuando nuestras oraciones no son respondidas o el desastre nos golpea y parece que el Señor nos ha decepcionado, nos alejamos de Él. Cuando tenemos dolor o nos sentimos solos y tristes, empezamos a decaer. Nos volvemos flojos en nuestra lectura de la Biblia y nuestra oración y nuestra fe se empiezan a adormecer y apagar.
Cada vez que dejamos de buscar al Señor de todo nuestro corazón, lo estamos amenazando. De cierta manera le estamos diciendo: “Señor, hice lo mejor que pude y tú me decepcionaste”. Él nos ama tanto y tiene infinita paciencia con nosotros aún cuando estemos dolidos. Nos espera amorosamente hasta que volvamos a su cuidado tierno.
Debemos tener cuidado de no permitir que nuestras actitudes nos alejen de Él. Si nos negamos a despertar y renovar nuestra fe y esperanza en Él, podemos desilusionarnos tanto que cedamos a nuestras concupiscencias y pasiones. Decimos: “¿De qué sirve? Lo intento con tanta fuerza pero parece que no puedo permanecer en victoria. Clamo a Dios por ayuda y liberación, pero nunca sucede nada”.
Cuando nos permitimos hacer esto, estamos amenazando a Dios. Es nuestra manera de “desquitarnos” con Él por no contestar la oración en nuestro tiempo.
Sólo el Señor es nuestro guardador y no permitirá que sus hijos caigan. Hagamos lo que Cristo hizo cuando “encomendaba la causa al que juzga justamente” (1 Pedro 2:23). Encomendar significa poner tu vida completamente en Sus manos.
¡Amados, hay esperanza! ¡Abandona tu lucha de querer lograr algo en tu propia fuerza y encomienda el cuidado de tu cuerpo y alma al Señor de los ejércitos!
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