Por María Lozano
A la par que uno crece,
la vida nos depara,
diferentes caminos
que solemos cruzar.
De pequeños son lentos,
aunque cortos, sencillos
y a la luz de unos ojos
que nos saben cuidar.
Ya muy jóvenes creemos
que sabemos andarlos...
no importa cuán difícil
se pueda presentar,
pues son vertiginosos,
llamativos, gloriosos
y no tienen espacios
para allí descansar.
Y de adulto nos llega
un camino distinto,
donde uno se propone
los pasos de ese andar.
Tiene un ritmo estudiado,
aunque presenta curvas,
con baches y unas piedras
que se deben sortear.
Y ya siendo mayores
uno ama lo andado
porque mientras camina
va mirando hacia atrás...
a los hijos... los nietos...
la familia...recuerdos...
y camina despacio
sin apuro ni más.
Y al final del camino
a destino se llega,
recibiendo el gran premio:
Dios bendice tu andar.
ANA MARÍA ÁLVAREZ
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