Tomado de: Reflexiones cristianas
Por María Lozano
La semana pasada lleve a mí hijo a comer a un
restaurante. Mi hijo de dos años me preguntó si podía bendecir la mesa antes de
comer lo que nos habían traído. Mientras inclinamos nuestras cabezas, y
plegamos nuestras manos, mi niño dijo:
* Dios es bueno, Dios es grande. Te doy gracias por los alimentos que vamos a
comer y te agradecería aún más si mamá nos da helado como postre. Y que haya
libertad y justicia para todos. Amén.
Junto con algunas risas que provenían de las mesas de a lado, escuché a una
mujer decir:
* Eso es lo malo de este país. Los niños de hoy ni siquiera saben como orar.
Preguntarle a Dios por un helado?. ¡Que tontería!.
Al escuchar tan duro comentario, mi hijo rompió a llorar y me preguntó si había
hecho algo malo y si Dios estaría molesto con él. Lo abracé y sequé sus
lágrimas diciéndole que había hecho un magnífico trabajo y que Dios de ninguna
manera estaría molesto con él.
Tan pronto acabe de decir estas palabras cuando un anciano se aproximó a nuestra
mesa. Le hizo un pequeño guiño a mi hijo, se agachó a su costado y le dijo:
* Estoy seguro que Dios pensó que fue muy buena tu oración.
* En verdad respondió mi hijo.
* Totalmente seguro. Luego en susurros le dijo: “Es lamentable que ella –
Señalando a la mujer con el dedo- nunca le pida a Dios por un helado. A veces,
un poco de helado es bueno para las almas”.
Naturalmente compré helados para mi hijo para el postre. Luego de terminar su
helado mi hijo se quedó un poco pensativo e hizo algo que nunca olvidaré por el
resto de mi vida.
Sirvió un poco de helado en uno de los platos que había sobre la mesa y sin
pronunciar ni una sola palabra camino por el restaurante y se paró frente a la
señora.
Con una gran sonrisa le dijo:
* Esto es para usted. A veces, el helado es bueno para las almas y la mía ya
tuvo suficiente.
Mateo 19:14 Y Jesús dijo: Dejad á los niños, y no les impidáis de venir á mí;
porque de los tales es el reino de los cielos.
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