Sembrando Vida

Tomado de: Comunidad El camino
Por María Lozano

Números 12:9 “Entonces la ira del Señor se encendió contra ellos”.

Después de tantos años en el desierto, en cierta manera y como toda conducta aprendida, la gente se acostumbró a murmurar.
Si tuviésemos que buscar una definición de la palabra Murmuración diríamos que “es hablar entre dientes manifestando queja o disgusto por alguna cosa o persona”. Es “conversar en perjuicio de un ausente, censurando sus acciones”...
La murmuración es una actividad muy común y contagiosa. La Biblia habla de la murmuración… da ejemplo de murmuradores… y nos advierte sobre el castigo contra ella; y esto no es cuestión solamente de algo que pasó en la antigüedad.
Por lo general las personas que murmuran, no se atreven a hablar de frente las cosas y con la persona indicada.
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Un autor reconocido de literatura cristiana escribió:
"¿Por qué murmura el hombre?
a) Por ingratitud: casi siempre hablamos de lo que NO tenemos, en lugar de hacerlo de lo que SÍ tenemos.
b) Por envidia: en ocasiones vemos bendición, prosperidad o reconocimiento en otros, los envidiamos.
c) Por evadirnos: atribuimos lo malo a los demás, para no responsabilizarnos por nuestras acciones".
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Cualquiera sea el motivo, lo que podemos tener en claro, es que es un acto desaprobado por Dios y que las consecuencias como tal, son inevitables, a corto o largo plazo.
Si bien venimos hablando de desierto de Hazerot, la murmuración no fue exclusividad del pueblo de Israel… la iglesia primitiva, en su etapa de formación, tuvo murmuradores (Hechos 6:1); y el mismo Apóstol Pablo amonesta a la iglesia de Filipenses (2:14) del peligro de esta práctica y sus consecuencias.
Es decir, toda la escritura nos advierte del peligro de este pecado. Por lo tanto sería bueno que empecemos a considerar cada una de nuestras conversaciones, sabiendo que la Ira de Dios arde cada vez que atentamos contra Su cuerpo.
Hoy sería bueno que dedicásemos el día a modificar ambientes, que en cada lugar que estemos, nos tomemos el tiempo de sembrar palabras de Vida, aunque sea en voz baja (si es en voz alta, mejor). Pero en una sociedad que levanta su voz para reclamar y maldecir, es hora de que nos acostumbremos a derribar esas fortalezas con Bendición.
Oremos:
“Padre Santo… me has dado un tremendo instrumento de bendición, que es mi boca. Yo la consagro hoy… y me propongo usarla para bendecir, para exaltarte en lo íntimo, pero también en público… y que mi corazón sea transformado para que de él nunca emanen palabras de maldición. En el nombre de Jesucristo. Amén”.

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