Tomado de: Besarte el alma
Por María Lozano
“Mejor que no me vea… no quiero que se avergüence de mí”, pensó.Se quedó al fondo del auditorio, de pie, con una rosa en la mano y su camisa de siempre. No tenía traje, ni corbata, ni perfume caro. A su alrededor, padres bien vestidos sostenían cámaras costosas y hablaban en voz alta, orgullosos. Él no decía nada. Solo observaba.
Había pasado más de veinte años empujando su carrito de helados por las calles, bajo el sol o la lluvia, con tal de llevar algo a casa para su hija. Ella era su único orgullo. Desde pequeña, le decía:
—Tú eres muy inteligente, hija. Vas a llegar lejos.
Con mucho esfuerzo, ella logró entrar a la universidad nacional para estudiar medicina. No fue fácil. A veces no tenía para los pasajes, a veces estudiaba con velas porque no había luz. Pero nunca dejó de intentarlo.
Su papá tampoco dejó de empujar el carrito. Vendía un poco más. Se levantaba más temprano. Todo lo que ganaba, lo guardaba para ayudarla con sus libros, sus copias, sus necesidades. Nunca le dijo que estaba cansado.
Pasaron los años.
Y llegó el gran día: la graduación.
Cuando nombraron a su hija, ella subió al escenario, recibió su diploma y miró entre la gente.
Buscó y buscó… hasta que lo vio.
Con la voz temblorosa pero firme, dijo:
—Antes de celebrar este logro, quiero que pase al frente mi papá.
—Papá… ven —dijo, señalándolo con la mano—. Este momento también es tuyo.
El auditorio quedó en silencio..Todos miraron hacia el hombre de uniforme sencillo que temblaba de emoción.
Con pasos lentos, y con los ojos llenos de lágrimas, él caminó hacia el escenario.
Ella bajó, lo abrazó con fuerza y le dijo al oído:
—Gracias, papá. Por no rendirte. Por creer en mí.
Por todos los helados, los cuadernos, las palabras.
Por levantarme cada vez que dudé.
Él no pudo contenerse. Lloró como nunca.
Pero no de tristeza. Sino de orgullo, de emoción… y de amor.
Y mientras todos aplaudían, ella levantó su diploma y lo mostró:
—Este título no solo es mío. Es de mi papá, el señor del carrito de helados.
No hace falta tener riquezas para dejar una herencia valiosa.
El amor, el esfuerzo y el sacrificio silencioso de un padre pueden abrirle el camino al futuro a un hijo.
Los títulos no solo se logran con estudio, también con el corazón de quienes empujan cada día para que no dejemos de soñar.
- Susana Rangel
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