por María Lozano
Sois esclavos de aquel a quien obedecéis
(Romanos 6:16)
Si el Hijo (de Dios) os libertare, seréis verdaderamente libres
(Juan 8:36)
Todas las cosas me son lícitas, mas yo no
me dejaré dominar de ninguna.( 1 Corintios 6:12)
Se cuenta de cierto herrero de la
Edad Media se ufanaba de hacer cadenas que
nadie podía romper. Un día él mismo fue encarcelado y encadenado por el delito
de traición.
El hábil herrero ¿Lograría encontrar una falla en sus cadenas? ¡Qué desesperación! ¡Estaba atado
por las cadenas que él mismo había fabricado!
Velemos nosotros también, para no forjar nuestras propias cadenas.
El joven que se echó a los pies de Jesús estaba lleno de buenos sentimientos, a
tal punto que “Jesús”, mirándole, le amó”. Pero se había dejado atrapar por una
cadena que no pudo romper; el amor a las riquezas (Marcos 10:17-22). Judas
amaba el dinero, y por algunas monedas entregó a Jesús, su Maestro (Mateo
26:15). Salomón, un hombre dotado de una gran sabiduría, se dejó atar por otra
cadena; el amor de muchas mujeres, las cuales desviaron su corazón hacia sus
dioses ( 1 Reyes 11:1-8).
Algunas “cadenas” aparecen inmediatamente pesadas, como el
alcohol o la droga; otras son como collares que da gusto llevar; la ambición en
todos los ámbitos, el ocio, la búsqueda de confort…Son ligeras, nos parecen
fáciles de romper, pero cuando acaparan nuestra vida, si no tenemos cuidado
pueden volverse pasiones que nos esclavizan. Si nos hemos dejado apresar por
alguna cadena, clamemos a Jesús, el único que puede liberarnos.
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