Por María Lozano
Mis padres salieron para nuestro pueblo natal el jueves y fuimos al aeropuerto para despedirlos. De hecho, mi padre, quien se jubiló del servicio en el gobierno indio, nunca había viajado por aire antes, así que tomé esta oportunidad para hacer su experiencia maravillosa. A pesar de pedírseme comprar boletos por tren, les compré boletos en la aerolínea local.
El momento en que le entregué los boletos, se sorprendió de ver que eran para avión. El entusiasmo era muy evidente en su rostro, esperando el momento de volar. Como un muchacho de edad escolar, se preparaba para ese día.
Todos fuimos al aeropuerto juntos, incluyendo el llevar su equipaje en el carrito, el registro del mismo pidiendo una silla con ventana y esperando pacientemente la revisión de seguridad.
Él lo estaba disfrutando a plenitud y yo también estaba sobrecogido de gozo al verlo experimentar todas estas cosas.
Cuando se disponían a ingresar a la revisión de seguridad, se dirigió a mí con lágrimas en sus ojos y me agradeció. Se puso muy emotivo y no era porque yo hubiese hecho algo muy grande, sino el hecho de que esto significaba mucho para él.
Cuando dijo gracias, le dije que no había necesidad de dármelas. Pero más tarde, al pensar sobre todo el incidente, miré hacia atrás en mi vida. Como muchacho, ¿cuántos sueños de nuestros padres se hicieron realidad?
Sin comprender la situación financiera, nosotros, como hijos, pedíamos implementos deportivos, ropa, juguetes, salidas, etc. Sin importar sus recursos, enfrentaron todas nuestras necesidades. ¿Pensamos jamás sobre los sacrificios que ellos tuvieron que hacer para acomodar nuestros deseos? ¿Les dimos jamás las gracias por todo lo que hicieron por nosotros?
Igual hoy, cuando le toca el turno a nuestros hijos, siempre pensamos en ponerlos en un buen colegio. Sin importar el costo, nos aseguramos de darle a nuestros hijos lo mejor: diversión, juguetes, etc.
Pero tendemos a olvidar que nuestros padres se sacrificaron mucho para vernos felices, así que es nuestra responsabilidad el asegurarnos que sus sueños se cumplan y que lo que no pudieron lograr ver cuando fueron jóvenes, nos aseguremos de que lo experimenten para que sus vidas sean completas.
Muchas veces, cuando mis padres me hicieron algunas preguntas, las he contestado sin paciencia. Cuando mi hija me pregunta algo, he sido muy cortés al contestarle. Ahora me doy cuenta cómo se debieron haber sentido en esos momentos.
Démonos cuenta que la tercera edad es una segunda niñez y tal como cuidamos de nuestros hijos, prodiguemos la misma atención a nuestros padres y mayores.
En lugar de que mi papá me diese las gracias, yo quería decirle que lo sentía por haberle hecho esperar tanto por este pequeño sueño. Me doy cuenta cuánto se ha sacrificado a mi favor y haré lo que esté a mi alcance para darle la mejor atención a todos sus deseos.
Tan solo porque sean viejos no significa que tengan que renunciar a todo y continuar sacrificándose por sus nietos también.
Ellos tienen deseos también.
¡Muy linda reflexión, gracias por compartirla!
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