La noche que Jesús fue entregado, mientras oraba en el huerto, esperando que vinieran a buscarlo, oró al Padre de la siguiente manera:
«Padre, si quieres, no me hagas beber este trago amargo; pero no se cumpla mi voluntad, sino la tuya.» La parte más humana de Jesús se pone de manifiesto en el momento más crítico de su paso por la tierra. Sabía a qué había venido, sin embargo el hombre que también hay dentro de él, no por ser libre de pecado, deja de sufrir, de sentir y de desear como hombre. Esa parte humana lo lleva a querer algo distinto de lo que Dios había dispuesto para él desde un principio.
Si lo pienso dos veces, me parece hasta ofensivo comparar esta situación que Jesús vivió, con otras tantas situaciones que nosotros vivimos, en las cuales queremos tomar un camino diferente al que Dios ha dispuesto para nosotros. Sin embargo, no hay nada ni nadie que pueda inspirarnos más a seguir su ejemplo que el propio Jesús.
Él fue tentado en todo, incluso a no subirse a la cruz, Dios no iba a obligarlo, lo había enviado para eso, pero a pesar del deseo de dejar pasar la copa, estaba decidido a terminar lo que había comenzado.
La Biblia en Hebreos 12:2 nos dice: ”(Jesús) quien por el gozo que le esperaba, soportó la cruz”, supo ver más allá de la situación inmediata que tenía por delante, supo llenarse de gozo en medio de la oscura realidad que lo abrumaba, en medio de su vulnerabilidad humana pudo decir: “pero no se cumpla mi voluntad, sino la tuya”. Esto le bastó al Padre para quitar de él la carga que lo agobiaba y viendo ya ante sus ojos los alcances del acto que estaba por realizar, pudo levantarse y enfrentar a sus captores.
Dios nos ha hecho libres para elegir, y esa es la única parte que realmente nos toca, pues todas las demás cosas son provisión divina: los medios, la fortaleza, el sostén, la fe, el amor, la paciencia, el consuelo, el propósito, la bendición en lo que hacemos o dejamos de hacer. La lista es interminable y adquiere infinitas formas y elementos, puedes completarla con todo lo que necesitas tú para poder beber de tu copa.
Lo único que Dios no puede poner es un corazón dispuesto. La disposición a la acción y a seguirlo, a amarlo sin condicionamientos, a obedecerlo sin cuestionarlo, ésa es nuestra parte, lo demás verdaderamente no es nuestro.
“Si alguien quiere ser mi discípulo, que se niegue a sí mismo, lleve su cruz cada día y me siga.”
Todos atravesamos situaciones de prueba en las que somos llamados a negarnos a nosotros mismos (dejar de hacer nuestra voluntad y deseo) para cargar nuestra cruz y seguir al Maestro. Nadie nos entiende mejor que Jesús en tales situaciones. Porque Su amor por nosotros fue tan grande que no pudo eludir la cruz, es que ese mismo amor nos mueve hoy a decir: “pero no se cumpla mi voluntad, sino la tuya.”
A veces la carga parece pesada, pero la promesa es fiel y cumplida sin demora: “mi yugo es suave y mi carga es liviana.”
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